2009/01/13

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  • "Mi nombre es Harvey Milk": Perfume de oscar
  • El Diario Vasco, 2009-01-13 # Begoña del Teso
Ganará un Oscar. Cualquier Oscar: mejor película, mejor actor, mejor lo que sea. Esta pensada, diseñada, mimada, cuidada y conducida para lograrlo, para lograr un Oscar. Cualquier Oscar. O más. Han escrito por ahí que esta película tiene, desprende, rezuma, destila lujuria de Oscar. Ciertamente. Si no hubiese soñado con el Oscar, su director habría jugado a ser el Gus Van Sant de Elephant o Paranoid Park, el que triunfa en Sundance y otras reuniones independientes. Pero en esta didáctica, clásica, tradicional biografía del gran líder del primer movimiento gay en el San Francisco de los años 70 se muestra como el Gus Van Sant tranquilo, eficaz, eficiente, brillante de Todo por un sueño, El indomable Will Hunting y Descubriendo a Forrester. Significando lo anterior nada del todo negativo. Al fin y al cabo, Mi nombre es Harvey Milk tiene un pulso poderoso, una rodada firme y un trazo muy bien ritmado. Sin embargo, no deja de ser una biografía más de esas que tan lucidas le salen al Hollywood de siempre. Una biografía más pero capaz de captar y reproducir con mucho estilo el perfume, el sabor, la respiración de un tiempo y un país que todavía se sentía esperanzado. Tal vez como ahora se siente con y por Obama. No pierde el tiempo en tonterías Gus Van Sant. Rápido y eficiente en el retrato del personaje y de la época. Difuminados, por el contrario, los protagonistas comparsas, que deben ser resdondeados a base de esos carteles finales que nunca dejan de mostrar la incapacidad del director para dar volumen y cuerpo a sus criaturas sin tener que recurrir a un puñado de frases garabateadas cuando todo acabó.

Verdad también que alguien ha dicho, con un cacho grande de razón, que esta película tiene un toque a lo vidas de santos y cierto olor a Cuéntame, amén de corroborar lo que cualquiera siente desde el principio: Gus Van Sant no está aquí por la tarea de innovar sino que se desliza magistralmente por caminos elegantemente trillados. No es nueva, por ejemplo, la imagen y el recurso del narrador narrado. Harvey Milk se nos cuenta a sí mismo intuyendo que alguien le matará, sabiendo el guionista, el director y Sean Penn que el espectador ya conoce el asesinato de aquel concejal del barrio de Castro y del alcalde que creyó sus sueños. No, no son nuevas las maneras de Mi nombre es Harvey Milk pero sí eficaces, sí rotundas. Otro alguien ha escrito que ésta es la primera película americana abiertamente obamista. Ójala lo sea. Mejor pensar en eso que en ese Diego Luna, amante de Harvey-Penn, pasado de revoluciones, histrionismo y todo lo demás.

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