- Foucault 25 años después
- Noticias de Gipuzkoa, 2009-08-20 # Ignacio Salinas Casanova
A finales de junio se conmemoró el 25º aniversario de la muerte de Michel Foucault, uno de los pensadores más importantes y controvertidos del siglo XX. Sus planteamientos e ideas continúan situándose en el centro de muchos de los debates en torno a cómo pensar la locura, el conocimiento, las instituciones, el poder, la sexualidad… Foucault abrió un nuevo camino que todavía sigue recorriéndose, a pesar de los obstáculos. Y es que resulta un autor huidizo, inclasificable, enemigo de las definiciones y de esa manía por poner etiquetas a las personas y a las cosas. Como él mismo dice en la introducción de La Arqueología del Saber (1969): "No, no, no estoy donde ustedes tratan de descubrirme, sino aquí, desde donde los miro riendo".
La primera de las dificultades aparece en el mismo momento en el que se le intenta situar dentro de una actividad o marco profesional. Qué era Foucault: filósofo, historiador, sociólogo, intelectual, psicólogo, profesor universitario… Utilizando una fórmula muy foucaultiana, se podría decir era todas esas cosas y ninguna de ellas a la vez. Sus intereses superaban el estricto cerco que muchas veces establecen las disciplinas. Precisamente, en Las Palabras y las Cosas (1966), quizás su obra más relevante, analiza el nacimiento en la Edad Moderna de ciencias como la Biología, la Economía Política o la Filología, que para él constituyen un modo de entender el mundo y la realidad, según el patrón que marca la ciencia y, por tanto, distinto del que se tenía en la Época Clásica, en la que la religión constituía el centro de la interpretación de la realidad.
Para Foucault, la verdad, auténtica piedra angular del pensamiento occidental, no es más que un constructo cultural que varía según las etapas históricas. ¿Nos encontramos, por tanto, ante un estructuralista? Ésa ha sido una de las cuestiones que más se han debatido en torno a este autor, porque defiende esa idea de que nuestra concepción del mundo depende de un sistema, de un discurso, en el que las cosas cobran el sentido y significado según el lugar que ocupen en él. Por consiguiente, la realidad en sí misma sería un misterio y sólo quedaría la interpretación histórica.
Esa creencia en la imposibilidad de encontrar algo así como unos fundamentos, unos principios universales y necesarios, llevan a Foucault a tratar de desvelar la interpretación en torno a la cual se ha construido un sistema que grita a los cuatro vientos que existe una realidad, una verdad, un único mundo. He aquí donde su teoría resulta más hiriente e incisiva y se topa con la mayor de las dificultades. Su relativismo corroe los fundamentos de la filosofía occidental, tarea que comenzó Nietzsche, siguieron Marx y Freud, y él mismo culminó en cierta manera.
Muchos autores han descalificado al pensador francés, considerándolo un posmoderno que promueve el caos y el nihilismo. No obstante, esta visión no hace más que reducirlo. Foucault nos enseñó a que detrás de las realidades más cotidianas, como la escuela, la familia, el hospital, o cualquier otro tipo de institución, se pueden encontrar relaciones de poder, de desigualdad, que no tienen por qué darse de ese modo. Abrió la posibilidad de entender el mundo de otra forma, de adoptar una actitud crítica. Como afirma en el tomo 2 de su Historia de la Sexualidad, publicado el mismo año de su muerte: "¿Pero, qué es por tanto la filosofía de hoy, quiero decir la actividad filosófica, si no es el trabajo crítico del pensamiento sobre sí mismo? ¿Y si no consiste, en vez de legitimar lo que ya sabemos, en intentar saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra manera?".
No se debe olvidar a Foucault, porque al igual que todos los grandes pensadores de la historia, nos ayuda a ser más libres, a huir del pensamiento único y superficial, que es el auténtico enemigo de nuestros días. La profundidad y originalidad de sus teorías le convierten en un autor imprescindible, en un heredero directo del espíritu filosófico. Se podrá estar de acuerdo o no con él, incluso pensar radicalmente distinto, pero su voz debe continuar siendo escuchada. Porque en el fondo, Foucault, al igual que los grandes autores y las personas queridas, nunca se ha ido.