- “Los Kikos”: homofobia y tolerancia con el maltrato
- El Mundo, 2009-04-27
¿Quiénes son estos hombres y mujeres que dicen que la homosexualidad es una enfermedad que se cura y dicen haber transformado en heterosexuales «no a uno sino a muchos con la ayuda del Espíritu Santo»?
¿Quiénes forman estas comunidades en las que se aconseja a la mujer rezar cuando su marido las maltrata antes que romper el matrimonio?
¿En qué piensan estos matrimonios que, con pocos recursos, tienen 10 y 15 hijos?
Les llaman los Kikos y son los seguidores del Camino Neocatecumenal (más de un millón en el mundo y 300.000 en España), un movimiento católico iniciado en Madrid por dos laicos, Kiko Argüello y Carmen Hernández, hace más de 40 años, muy apoyado durante décadas por Juan Pablo II y, en España, por el cardenal Antonio María Rouco Varela.
Están considerados el ala más reaccionaria de la Iglesia Católica.Se organizan para militar abiertamente contra el aborto, Educación para la Ciudadanía o la reproducción asistida.
Acaba de salir a la venta el último libro de Virginia Drake, editado por La Esfera de los Libros, que trata de dar respuesta a éstas y otras preguntas. La autora se ha integrado durante más de un año en una de sus comunidades; ha vivido en primera persona ese proceso calificado de maduración cristiana, compartiendo con ellos misas, anuncios, convivencias y celebraciones. Fruto de esa experiencia son estas páginas que configuran un trabajo de investigación trufado de entrevistas y de largas conversaciones con sacerdotes, responsables, catequistas y seguidores del Camino Neocatecumenal.
Se suele decir que en el Camino a nadie se obliga a rezar, ni a pagar; pero lo cierto es que, a partir del tercer año, deben aportar el 10% de todos sus ingresos, el llamado en el Antiguo Testamento diezmo. Nadie les fiscaliza, no se registra el dinero recibido ni se piden cuentas, tan sólo el responsable sabe cuánto se recauda.
Con ese dinero, el responsable de la comunidad decide qué hacer.Las opciones son claras ya que se les recomienda atender las necesidades de cualquier hermano en paro, ayudar a los gastos de la parroquia y, en su caso, dar una parte a los pobres.
«Yo recuerdo una vez», comenta Carmen, la mujer de un responsable de comunidad, «que una mujer dijo que su 10% era muy alto en comparación al de los demás y que no creía que fuera justo que ella tuviera que entregar todos los meses esa cantidad. Otra con la que se llevaba bastante bien le respondió: ‘No te arrepientas porque gracias a tu diezmo, mi marido, mis seis hijos y yo comemos y pagamos los colegios desde que nos hemos quedado en el paro’».
Las comunidades se forman en las parroquias. De algunas los acaban echando: «La experiencia que hubo con ellos fue insoportable», asegura una religiosa vecina de Pinos Puente (Granada). «Iban a la parroquia aparte de todo el mundo. Crearon sus capillitas, incluso ponían cortinas para separarse, no se mezclaban con la gente, eran indeseables. Todo aquello hacía pensar que había distintas iglesias. Los sacerdotes terminaron echándolos y nos hemos alegrado muchísimo».
Homosexuales «curados» que «se corrigen»La homosexualidad, declara Kiko Argüello, es una enfermedad a la que hay que poner remedio: «Nosotros hemos comprobado que tras el tratamiento adecuado, los homosexuales corrigen su tendencia hacia la heterosexualidad. Yo conozco a homosexuales que se han casado, tienen familia y están enamoradísimos de sus mujeres», comenta un párroco del Camino. «Más que la comunidad, en estos casos, es el Señor quien actúa. Los homosexuales que se curan en el Camino son hermanos que se convierten. En un momento determinado se les ha pedido que averigüen cuál es su cruz y han visto que la homosexualidad lo era. Han llegado a entender que esa tendencia equivocada es la cruz que les ha mandado el Señor, que la van a tener siempre, pero que tienen que luchar y convertirse».
Los miembros del Camino dicen que han curado «no a un homosexual, sino a muchos, con la ayuda del Espíritu Santo. Según afirman, «el primer paso» es que sean conscientes de que sufren una tendencia equivocada. «Después, pueden reorientarla y ser felices al lado de una mujer, sintiendo atracción por ella, porque así se lo van a pedir al Señor y así el Señor se lo va a conceder. Testimonios de curación en el Camino hay muchísimos», explica el mismo párroco.
El perdón del adulterio, «en la comunidad»Cuando Kiko hace referencia a que los matrimonios neocatecumenales no se separan, sin duda está pensando en experiencias como la que pasaron Berto y Salud, en la que la comunidad se volcó por mantener unida la pareja. Ellos, que terminaron el Camino hace dos años y que ahora son catequistas, dan testimonio de su vida en estos términos:
«Un par de años después de entrar en el Camino surgió un problema gordo en nuestro matrimonio», confiesa Berto, «tuve una tentación muy grande y pequé de adulterio. La comunidad nos ayudó a tirar para delante. A raíz de ahí, encontré el perdón en la Iglesia.Nadie me rechazó, ni la comunidad, ni la Iglesia, que me acogió como una madre. En la comunidad encontré el perdón de mi mujer, la comprensión de los catequistas, nadie me echó nunca nada en cara».
«No traté en ningún momento de justificarme, sólo de pedir perdón.Te lo dicen en las celebraciones penitenciales: que no te justifiques, que cojas tus pecados y ya está. Yo llegué a esa situación por un tema de trabajo complicadísimo, estuve trabajando en la cárcel, en una situación llena de problemas Pero nada es justificable, has pecado y te confiesas. A partir de ahí, el Señor te ayudará a reconstruir tu matrimonio».
Tolerancia con la violencia de géneroPara los no iniciados en el Camino, no es fácil entender cómo afrontan la violencia de género. «Juan Luis es bastante rudo y, antes de casarse, Carmen pensaba que simplemente era muy celoso y de fuerte carácter», comenta Marta, la responsable de su comunidad.«El caso es que, a los seis o siete meses de casarse, Carmen habló de este problema con todos. Su marido la había pegado y estaba preocupada por su embarazo y por si volvía a hacerlo.El no se reconoce como un maltratador, pero sí como una persona violenta y siempre se ha mostrado arrepentido porque está muy enamorado de Carmen. Ella también de él».
«Nuestros catequistas nos explicaron cómo intentar que Juan Luis dejase de agredirla. Rezamos por los dos. Y fue muy importante tener la valentía de exponer su caso delante de todos porque eso le hizo reflexionar».
El problema surgió hace seis o siete años y, con el paso de ese tiempo, Juan Luis ha cambiado. Hablan las cosas antes de que llegue a las manos y no ha vuelto a darle una paliza como las de entonces. «El año pasado sólo en tres ocasiones perdió la calma y le levantó la mano», sigue Marta, «y digo sólo no porque apruebe que pase, que no lo hago, sino porque cuando el problema surgió se daba semana sí, semana, no, y con mucha violencia».
Doce hijos y siempre con riesgo de abortoBoni y Salomé tienen 12 hijos: «Empecé a estudiar Psicología, pero lo dejé para ayudar a mi madre. Entonces, me quedé embarazada y todo cambió», comenta Salomé, que tras casarse, siguió teniendo un hijo tras otro, a pesar de que en todos los embarazos corrió riesgo de aborto. «Según iban naciendo, se nos iban acumulando problemas; a cambio, ves que detrás de cada hijo está Jesucristo y sientes una alegría enorme. Gozamos igual la llegada del primero que la del sexto».
«Vivimos abiertos a la vida, a lo que Dios disponga y lo aceptamos con alegría. Cuando me casé, no me planteé que iba a tener 12 hijos. La gente te puede decir que eres una irresponsable, hasta por la calle nos han parado para decirnos que soy una primitiva ¡He oído de todo! Pero cada hijo es una alegría mayor. Hay cosas que no se pueden expresar ni transmitir con palabras. Tienes que vivirlo para comprenderlo, para sentir que tu vida cada día está más llena. Ese vacío que muchas veces sentimos y que no sabemos cómo llenarlo sólo lo llena Dios. Y veo cada día que eso es verdad, que Dios lo llena todo. No te puedes cerrar a la voluntad de Dios cuando ves que eso es así. Si yo veo que esto es bueno para mí, cómo voy a estar de acuerdo con quien me dice que tener tantos hijos es una barbaridad».