- El argelino dolido
- Cansado de escuchar desde hace dos décadas comentarios racistas, xenófobos y discriminatorios, el ciudadano de origen argelino Rezki Soukehal abre a este periódico las puertas de su piso en Donostia para descargar una pesada losa con la que ya no puede
- Noticias de Gipuzkoa, 2009-03-31
Este joven, de aspecto pulcro, pelo engominado y trato cercano tiene, en la distancia corta, una mirada que destila cierta desconfianza. Es una suerte de coraza con la que parece querer evitar tantos sopapos, el último, el pasado 16 de febrero, cuando Soukehal regresaba de Túnez de un viaje organizado. Fue bajarse del avión y comenzaron los problemas. "¡Tú, aquí!", le espetó un guardia civil que miraba de arriba abajo su pasaporte mientras dejaba al resto de viajeros superar el control.
El argelino fue trasladado a un pequeño cuarto. "¡Abre esa bolsa!", le indicó el mismo agente. Soukehal portaba en su equipaje algo tan peligroso como unos dulces que había comprado en Túnez. Se los mostró. Lo que no pudo soportar fue que la policía le dijera que tomara uno de esos caramelos, lo partiera en dos y se lo comiera delante de ellos. "¿Por qué me haces esto? ¿Te estás burlando de mí?". En mal momento dijo nada. Espoleado por el mal genio que le provocó la inesperada reacción, el agente le dijo que se largara a su país si no estaba contento con el trato que se le dispensa en Euskadi.
El resto de pasajeros ya se había marchado, haciendo oídos sordos a lo ocurrido, ante lo que parecía una situación a todas luces injusta. Se largaron todos menos una mujer de Navarra. "Se me acercó con lágrimas en los ojos y me dijo que no había derecho a lo que me habían hecho. Su respuesta me emocionó, aquello al menos me dio vida", relataba este hombre de origen argelino que ha decidido dar un paso adelante para denunciar el "sistemático maltrato y la discriminación" que dice venir sufriendo por parte de las autoridades policiales. Desde que llegó a finales de 1989 en un ferry procedente de Orán, al noroeste de Argelia, la vida de Soukehal no ha sido precisamente una alfombra roja. Asumía de antemano las penurias por falta de medios económicos, el trabajo a destajo y las veladas en la calle por no encontrar un cobijo. Pero 20 años después de aquella entrada, Soukehal reconoce que no contaba con que iba a ser tratado como un delincuente de por vida. "Más que las agresiones físicas, lo que más duele son los ataques morales. Llevo el tiempo suficiente para decir que soy de aquí, y merezco el mismo respeto que cualquier otro guipuzcoano", reclama el joven, que a pesar de haber recurrido a asociaciones y sindicatos no ha encontrado una respuesta a sus problemas.
Una pesada losa: El alquiler imposible
Soukehal habla y habla sentado a la mesa en el modesto salón de su casa, con la ansiedad de quien quiere quitarse en unos minutos una losa de impotencia que crece día a día desde hace dos décadas.
El joven reside en un piso de Riberas de Loiola, en Donostia, un alquiler que tiene garantizado por espacio de cinco años. Se ha quitado de encima un quebradero de cabeza inimaginable. Su casa tiene algo más de 40 metros cuadrados, pero el espacio, poco abigarrado, con una decoración reducida a la mínima expresión, parece mucho más grande. Le preguntamos si no piensa colocar algún mueble más, y su respuesta se convierte en elocuente muestra de una vida itinerante, a su pesar. "¿Para qué voy a colocar nada? ¿Y qué hago con los muebles cuando me tenga que ir? Conseguir un piso es una odisea. ¿Alguien sabe lo que es llamar por teléfono interesado por una vivienda y que te cuelguen en cuanto detectan tu acento argelino? ¿Por qué ocurre todo esto?", se lamenta, convencido de que tiene el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a alzar su voz.
El joven tiene amplia experiencia en la atención a las personas mayores, aunque hace poco que se ha quedado en paro y sale adelante gracias a los trabajos que le van dando amigos y conocidos. El binomio no casa. Es cuidadoso en sus maneras, de trato cordialísimo, pero tratado como si fuera un peligro social. "Nadie puede acostumbrarse a eso. Me han llamado de todo. Cuando llegué a España, que coincidió con la primera Guerra de Irak, me insultaban gritándome Saddam Hussein. Otras veces, Khomeini y Gadafi", relata el chaval que, a fuerza de rememorar tanta situación surrealista, no puede reprimir una sonrisa que deriva en carcajada. "¿Pero estamos locos?".
Se le borra de un plumazo el gesto risueño en cuanto rescata otro suceso indeseado, éste en Donostia. "¿Eh, tienes droga?", le preguntó con malas maneras una cuadrilla de madrileños que vino a pasar el fin de semana hace poco. Él dijo que no, y los chavales forcejearon y la emprendieron a empujones, hasta que Soukehal se vio con los huesos en el suelo y vino la policía. "Percibí mucho desprecio. Un agente se reía con aquellos chavales y no se preocuparon por mí. Aquello me hizo mucho daño", confiesa.
Suele ser recurrente tema de conversación entre sus amigos magrebíes la persistente vinculación que existe entre los episodios delictivos que tan habitualmente se registran en la Parte Vieja de Donostia y ellos mismos, ajenos a toda expresión de violencia. "Sí, somos de Argelia, y claro que hay argelinos delincuentes, pero como aquí. ¿Por qué nadie habla de nosotros, los que estamos al otro lado? ¿A nadie le interesa?"