- El mensaje está en el cuerpo
- La moda es cada vez más libre, pero el modelo de mujer es único: delgada, joven, perfecta. La cintura de la Barbie aumentó en 2000 para atajar las críticas de delgadez. Los diseñadores rechazan que la ropa perpetúe añejos estereotipos
- El País, 2009-07-06 # M.A. Sánchez-Vallejo
De la moda como bandera al cuerpo como corsé. Así podría definirse la transformación de la imagen de las mujeres desde que la minifalda iniciara, en los años sesenta del pasado siglo, la liberación femenina en el terreno formal. Nunca las propuestas estéticas -o artísticas, esas que nos deslumbran desde las pasarelas- han sido tan libres, pero a la vez nunca la mujer ha tenido menos libertad para elegir su imagen. Con ayuda de la cosmética, la cirugía estética o la medicina, el cuerpo femenino se construye conforme a un canon invariable. El cuerpo ya no es sólo una percha que se reviste de ropa, sino el mensaje.
El sexo aparece a menudo como reclamo de la moda. Desde la hoja de parra con que Eva vistió su desnudez, el sexo se utiliza como reclamo. Pero la imagen de mujer hipersexualizada, físicamente explícita, podría estar pasando de moda, y no sólo por imperativos de la corrección política: la crisis podría poner fin a esta utilización objetiva de la imagen femenina.
"Lolitas, fulanas, mujeres fatales... Después de décadas de vestir muñecas, la industria parece que ya se ha dado cuenta de que las mujeres reales necesitamos diseños reales. Se impone el realismo, el buen gusto, como en toda época conservadora o marcada por la crisis", sostiene Silvia Alexandrowitch, periodista y crítica de moda. El diseñador catalán Josep Font ha abundado en la idea: hasta ahora se ha impuesto, "de manera un tanto incomprensible", el modelo de mujer sexy, "que roza la vulgaridad".
El de la moda, con toda la exposición mediática que su naturaleza comporta, es un terreno abonado para la polémica. Y las críticas se ciernen cada cierto tiempo sobre las pasarelas: cuando no es por la propuesta de diseños imposibles, lo es por la talla de las modelos y las concomitancias, para muchos infundadas, de su delgadez con trastornos de la alimentación como la anorexia y la bulimia. A la muñeca Barbie, que este año cumple medio siglo, le aumentaron en 2000 su masa corporal para acabar con la sospecha de que su cintura de avispa fomentaba la anorexia. Y la Pasarela Cibeles introdujo en 2006 un índice de masa corporal (IMC, relación entre altura y peso) mínimo para evitar modelos fantasmagóricas.
Mientras, leyendas más o menos fundadas como la talla requerida a las trabajadoras del Vogue estadounidense (máximo una 36, informaba recientemente este periódico) abundan en la tiranía física que imponen las propuestas de moda, que, como el anverso y el reverso de una moneda, parecen oscilar entre la carnalidad explícita y la fragilidad de las modelos más descarnadas, con el telón de fondo de una total libertad creativa. Sirva como ejemplo el desfile de David Delfín en Cibeles 2002: distinto, polémico, original, el suyo fue un espectáculo de maniquíes ataviadas con sogas al cuello, cegadas por caperuzas y trastabillando sobre la pasarela.
¿Es la moda un ámbito ajeno a la corrección política? ¿O funciona con claves distintas? "La moda en sí, como sistema, es poco realista. Es un sistema autorreferencial, con claves propias. Lo que se muestra en las pasarelas no nos lo pondríamos, ni tenemos acceso a ello, por eso lo vemos como un sistema ideal, un código liberado del mundo real. Como tal, puede ser muy conservador o muy rompedor, hiriente, poco digerible...", señala Asun Bernárdez, profesora de Teoría de la Información y miembro del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid.
El investigador audiovisual Juan Carlos Gauli, autor de El cuerpo en venta (Cátedra), considera que "la moda es moda, no un discurso social". "La moda es pura estética, no va más allá. Es cierto que influye en los modelos sociales, pero no tanto como el cine, por ejemplo. El problema es que falta alfabetización visual: estamos rodeados de imágenes pero no entendemos qué nos dicen. La gente cree que la imagen es igual a la realidad, pero no es así", dice. Pero las imágenes no son inocuas, recuerda Gauli, "pues tienen una lectura, y las cosas, cuando son sólo estéticas, pueden dejar de ser éticas".
La moda, reza una de sus múltiples definiciones, es un hecho global de comunicación que incluye política y economía. ¿También semiótica? Si así es, ¿qué revelan sus signos, es decir, sus formas? ¿Qué modelos de mujer deja traslucir la ropa? El gremio del diseño responde como Fuenteovejuna: los modistas consultados rechazan, sin excepción de sexo o edad, que la moda transmita o perpetúe modelos tradicionales o aparentemente superados como el de mujer-objeto; al contrario, la moda es, para los diseñadores, una herramienta más de liberación. "La mujer del siglo XXI es una consecuencia de los avances sociales, de los logros que hemos ido alcanzando a lo largo del siglo XX, y esto se refleja en cómo vestimos. No me gusta hablar de modelos de mujer, creo que deberíamos hablar de mujeres modelo y no encasillarnos", afirma Purificación García. La diseñadora Mercedes de Miguel considera que "la moda, hoy día, no sigue tan de cerca esos estereotipos". Y añade: "Hay una mayor libertad, coexisten distintas tendencias en una misma temporada, y cada mujer elige la que más se acerca a sus gustos y necesidades".
Los expertos en estudios de género sostienen lo contrario. "El mensaje es contradictorio: pretende transmitir el modelo de mujer liberada, pero al mismo tiempo le impone
la obligación de la seducción (lolita, prostituta, etcétera), y eso no se le impone al hombre. En el hombre sería deseable, en la mujer es obligatorio so pena de exclusión social: una gorda, una vieja, no vende", señala Rosa Martínez, antropóloga y autora de La mujer modelada: del corsé a la cirugía plástica (Jirones de Azul Editorial).
Para esta experta en género, el modelo de la mujer como objeto sexual sigue hoy más vigente que nunca, a pesar de los continuos mensajes en sentido contrario. "Tratamientos estéticos, cirugía, consumo de productos de belleza... ¿Qué diablos de mujer dominadora es la que está sometida a todas estas servidumbres?".
"Hay una rémora en la visualización de lo femenino: o la virgen o la puta, o la casta y pura o la amazona", apunta Charo Mora, profesora de la Escuela Superior de Diseño (ESDi) de Barcelona. "Siguen existiendo los modelos de lolita y mujer sumisa, aunque afortunadamente cada vez menos. Pero se ha abusado de esas imágenes. Con la cantidad de buenas ideas que nos da la moda, no es necesario recurrir a ideas tan desafortunadas".
Una sociedad basada en "la dependencia de la propia imagen", dice Marián López, directora del Instituto de Investigaciones Feministas, "con modelos de masculinidad y feminidad casi opuestos", abunda en el reparto sexual de roles, y la moda no iba a ser una excepción. En paralelo a la sociedad, ha habido avances ("antes la Barbie era enfermera; hoy es doctora"), pero los modelos que la publicidad y los medios están inoculando en la infancia reiteran hasta la saciedad las diferencias de sexo: "Las niñas aparecen como ñoñas y los niños reciben un mensaje de competitividad, de poca solidaridad y de violencia. Al menos, la oferta de los adultos está más controlada, es más evidente, y en ella se puede apreciar que lo políticamente incorrecto, lo transgresor, vende".
Al tiempo que la mujer sexy se codea en las pasarelas con la transida delgadez, la androginia gana terreno y la oferta estética se amplía al hombre. La inversión de la asimetría exhibicionista -así lo llaman los expertos- parece acercar realidades hasta ahora contrapuestas. Pero los expertos en imagen consideran que en esta aparente fusión de planos no hay nada nuevo, ni siquiera la cacareada metrosexualidad masculina. "El look andrógino ya ha conocido otros tiempos: la femme-garçon de los años veinte, la apropiación de los pantalones por Coco Chanel, etcétera. Y en cuanto a la metrosexualidad masculina, cualquier noble de la corte de Luis XIV, Brummel o el mismo Oscar Wilde, los dandies del siglo XIX, eran mucho más metrosexuales que los hombres de hoy", asegura Rosa Martínez.
Asun Bernárdez abunda en el mismo sentido: "Antes de la época victoriana, los hombres se arreglaban tanto como las mujeres. No obstante, eso no rompe la estructura de los géneros. Y con respecto a la androginia, aparte de su lectura política, por ejemplo en la teoría queer, no se trata más que de un consumo".
"Superada la mujer tradicional del régimen patriarcal y la postulada por el feminismo más extremo de los años sesenta y setenta, que tendía a la desaparición de cualquier diferencia de género", escribe Gilles Lipovetsky en La tercera mujer (Anagrama), la mujer del siglo XXI, la que se sitúa entre la igualdad legal, teórica, y el persistente techo de cristal, no quiere abjurar de la moda, porque le gusta la estética. "A todas nos gusta la moda, pero el problema es cuando nos sentimos obligadas o presionadas por un determinado modelo o cuando no nos sentimos libres. Porque o te atienes al modelo que te venden -el de la mujer delgada, joven y sexy- o eres excluida del sistema", señala Martínez.
Atravesar el espejo de la moda supone a veces darse de bruces con fantasmas, y los que proyecta la anorexia, que afecta al 3% o 4% de los jóvenes españoles, son los más serios. Pero ni siquiera quienes contemplan más críticamente el fenómeno de la moda establecen una relación causa-efecto entre la propuesta estética dominante y este trastorno de la alimentación. Gauli expone su teoría: "Más que la moda, de la que yo dudo que fomente la anorexia, creo que algunos factores, como determinados comportamientos materno-filiales, son mucho más responsables" a la hora de desarrollar el trastorno. "La delgadez extrema es una forma de representar la feminidad, está en el imaginario de lo femenino, la mujer etérea", explica Bernárdez, que se pregunta por qué no se consideran perniciosos los ejemplos de bailarinas o gimnastas. "Otra cosa es preguntarnos por qué a las mujeres les gusta más el modelo delgado, pero la influencia de la moda es una más, no la única", concluye. Comparte su opinión Mora: "La moda ocupa un lugar sobredimensionado. No se puede pretender que sea la culpable de la anorexia".
En 1991, la estadounidense Naomi Wolf, portavoz de la denominada "tercera ola del feminismo", escribió El mito de la belleza (Anagrama) para diseccionar los fundamentos casi teologales de ese ideal. Sostiene que la belleza es una construcción social en la que la industria de la moda y la de la cosmética se constituyen en "explotadoras de la mujer". Aunque los ecos del ensayo de Wolf apenas sí resuenen en nuestros días, algo de ello subyace en el resumen que sobre la cuestión hace Charo Mora: "La moda es el brazo armado del ideal de belleza, aquello que como todas las grandes ideas puede hacer al hombre más libre. Pero lo acaba encarcelando. Como todas las grandes ideas".