- Sobre la reforma de las pensiones
- Diario de Sevilla, 2009-04-20 # Antonio Ojeda Avilés
Fernández Ordóñez repite lo que de tanto en tanto oímos proveniente de sesudos organismos financieros internacionales y autóctonos, normalmente unido a una petición urgente de reforma de la legislación sobre el despido. Y si algunas propuestas asombran en su argumentación banal sobre este último, pues no explican cómo es posible que con esas mismas normas hayamos disfrutado de un envidiable crecimiento económico en los últimos decenios, las de reformar la Seguridad Social ya no me producen sorpresa porque las estamos escuchando casi todos los días.
La Seguridad Social siempre ha estado en quiebra, y son innumerables las reformas en su historia centenaria. Por ejemplo, la pensión de jubilación, inaugurada en 1908 (seguro voluntario incentivado), pasó de requerir inicialmente unos tres años de cotización previa a exigir cinco con el SOVI de 1939, luego diez en 1966, y finalmente quince en 1985. El sistema es tan elástico que todos los años hay reformas, casi siempre positivas para el beneficiario, por ejemplo en maternidad o en viudedad. Se trata de un estado de crisis permanente, y a quienes nos movemos en este campo no nos asustan las premoniciones en tal sentido.
En segundo lugar, el argumento principal radica en el envejecimiento de la población, y se hacen proyecciones de que en el 2050 todos estaremos calvos y la Seguridad Social no podrá con tanto anciano. En lo cual los economistas son unos linces, porque calculan hacia el futuro en línea recta, como si yo lanzara un balón al aire y, viéndolo ascender vigoroso, calculara que a ese paso llegaría al cielo sin ninguna duda. Ciertos economistas -Jiménez Ridruejo, Zubiri Oria- han introducido variantes en tan simple proyección y los resultados cambian como por ensalmo. Por ejemplo, hablando de productividad.
En tercer lugar, de la quiebra de la Seguridad Social se viene hablando desde que en los años 70 quebró la norteamericana por unos cálculos erróneos que llevaron a otorgar aumentos desmesurados a los beneficiarios. El error se corrigió y desde entonces hay superávit, pero aquella década gestó no solo a Reagan y a Thatcher, sino también al neoliberalismo de la escuela de Chicago.
En cuarto lugar, hay una sospechosa convicción de la quiebra por parte de los organismos financieros y de los economistas vinculados a sus servicios de estudios. Es evidente que la alternativa al sistema público está en el sistema privado, y los bancos y compañías aseguradoras aumentarían su parte de la tarta en el caso de reducir el volumen de aquél. La barahúnda de ojeadores atruena el ambiente, si bien ellos muestran más proclividad a pedir la sustitución del modelo de reparto por el de capitalización (que cada uno ahorre para el futuro, en lugar de pagar la población activa las pensiones de la inactiva).
Como decía al principio, las reformas de la Seguridad Social son cosa de siempre, y habría que continuar con ellas para ajustar las cuentas a los ciclos económicos. Pero el sistema español tiene aún mucho fondo antes de llegar a la quiebra, incluso aunque entre en déficit, porque mantenemos demasiadas alegrías y vicios de gente rica que no deberíamos apoyar por más tiempo. Me referiré a unos cuantos:
-Todos los convenios colectivos completan hasta el 100 por 100 la prestación en caso de baja temporal, incentivando así el absentismo.
-La pensión por incapacidad permanente tiende a ser para toda la vida, lo que parece lógico pero no lo es, sobre todo en el caso de la total para la profesión habitual.
-La pensión de viudedad dura toda la vida aunque el dolor, como es sabido, sólo alcance un cierto tiempo. Un viudo o viuda de 30 años percibirá la pensión hasta su muerte si es avispado y no contrae de nuevo matrimonio.
-La prestación y el subsidio de desempleo se entregan sin contrapartidas, a pesar del compromiso de actividad. Los cursos de formación continua y el seguimiento por tutores deberían tomarse en serio la recalificación del parado.
-La edad de jubilación ordinaria está en 65 años, pero poca gente aguanta hasta entonces. La gran mayoría se encuentra fuera de la vida activa bastante antes, muchísimos desde los 52 años, sobre todo porque las empresas no los quieren e incentivan de mil formas su salida.
La Seguridad Social se toma por un pozo sin fondo a donde todo el mundo pretende tirar sus cacharros. Pero ni es pozo, ni son cacharros. Tenemos un sistema de solidaridad magnífico que debemos perfeccionar para que rinda al máximo. En ese sentido, el derroche y la venalidad no pueden permitirse en el ámbito de lo público si queremos que todos tengamos un buen servicio.