- Veinte años de oportunidad
- El Diario Vasco, 2009-11-19 # Carlos Epalza Solano . Vicepresidente de Unicef-Comité País Vasco
Nació así la Convención sobre los Derechos del Niño, aprobada en 1989 por Naciones Unidas, y tras dos décadas de aplicación podemos decir que es el tratado de derechos humanos más ratificado de todos los tiempos, que trata de garantizar que el mundo reconozca que los niños y las niñas tienen también derechos humanos. Unos derechos que se aplican a todos los seres humanos en todas las partes del mundo en cualquier momento y situación, ya que son derechos inherentes a las personas.
Nunca antes el mundo había reconocido los derechos de la infancia como lo hace hoy en día. Muchos siglos atrás, Aristóteles decía «un hijo o un esclavo son propiedad, y nada de lo que se hace con la propiedad es injusto», pero los niños y las niñas no son propiedad de los progenitores o del Estado, ni son meramente personas en desarrollo: gozan, en calidad de miembros de la familia humana, de igual estatus que los adultos. Los niños y niñas necesitan a los adultos por los cuidados y orientación que requieren para evolucionar hacia la independencia. Idealmente, los adultos que conforman las familias de los niños proporcionan esos cuidados, pero cuando los principales cuidadores no pueden satisfacer las necesidades de la infancia, es responsabilidad de la sociedad cubrir el vacío.
Recordamos que la primera vez que se defendió a una niña por malos tratos ante un tribunal fue en Nueva York en 1874. Sólo gracias a la legislación para la protección de los animales pudo ser defendida legalmente por la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales, porque no existían leyes para la protección de la infancia.
Se ha venido avanzando en estos campos mediante procesos tendentes a garantizar el cumplimiento pleno de los derechos de los niños, niñas y adolescentes. Pero los avances son aún insuficientes y, sobre todo, muy desiguales.
Prácticamente todas las áreas de política gubernamental afectan en cierta medida a la infancia. Las prácticas reguladoras miopes que no toman en consideración a los niños y a las niñas tienen una repercusión negativa para el futuro de todos los miembros de la sociedad, generando políticas que no pueden funcionar.
Los niños y niñas no votan, ni participan de ningún otro modo en los procesos políticos. Si no se presta especial atención a las opiniones de éstos -que puedan expresarse en casa y en el colegio, en las comunidades locales e incluso en los gobiernos-, sus puntos de vista acerca de las muchas cuestiones importantes que les afectan ahora o les afectarán en el futuro quedan desoídos.
La primera vez que los niños y las niñas desempeñaron un papel oficial en una Asamblea General de las Naciones Unidas fue durante la sesión especial a favor de la Infancia, que se celebró del 8 al 10 de mayo de 2002. Participaron como delegados oficiales de los gobiernos y de las ONG. El resultado de esta sesión especial fue un programa mundial denominado Un mundo apropiado para los niños, que describe un plan para salvar ese desfase que existe entre las grandes promesas y los logros modestos de los años noventa.
La historia ha demostrado el valor que tiene establecer metas claras inspiradas en el mundo en que vivimos en la actualidad y no en un sueño distante en el futuro. Una cosa es aceptar una serie de derechos de la infancia y adolescencia, y otra muy distinta es garantizar que se ponen en práctica en todo el mundo.
La ratificación de la Convención sobre los Derechos del Niño y su desarrollo ha contribuido a mejorar la situación de la infancia en muchos países. A partir de ahora no es posible seguir mostrándose satisfechos con las mejoras en los porcentajes o el mayor bienestar para el mayor número posible. No podemos dejar de lado a los niños y niñas que sufren privaciones. Los derechos de estos niños y niñas están siendo conculcados ahora mismo; sus dificultades son urgentes, son probablemente también aquellos a quienes resulta más difícil proporcionar servicios esenciales y protegerlos contra la explotación, los malos tratos y el abandono. Estos serán los niños y niñas con mayores probabilidades de permanecer invisibles ante los ojos de los planificadores del desarrollo, los que menos posibilidades tienen de beneficiarse de las iniciativas generadas por el proceso del Milenio.
Queremos un mundo en el que todos los niños y niñas asistan a la escuela. Un mundo en el que todos los niños y niñas estén vacunados contra las principales enfermedades mortales. Un mundo en el que ningún recién nacido pierda su vida por falta de unas simples y baratas dosis de sales de rehidratación oral; donde ningún niño o niña esté encerrado en una fábrica, trabajando en condiciones que se acercan a la esclavitud, ni sufra las consecuencias de los malos tratos, la explotación o la violencia sin poder recurrir a la justicia y la protección. Y ese mundo puede estar más cerca de lo que pensamos.
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