2009/05/18

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  • Ponga un gay en su vida
  • Tribuna de Salamanca, 2009-05-18 # Angélica Corral
Huelen mejor que tú, su ropa está mejor planchada y, en la mayoría de los casos, su depilación es más reciente que la tuya. Son tus amigos gays. Sensibles, inteligentes, entrañables y perfumados. Compañeros de cine, de mil fatigas, de conversaciones incansables, de recetas de cocina, de compras, de piropos. Te alegrarán el día porque siempre te regalarán una palabra bonita y aunque sea mentira dirán que estás ‘¡divina!’ aunque te lleguen las ojeras al ombligo. Son amigos para los que algún bocazas anónimo reservará algún comentario ‘antisemita’ y malicioso que se traduce en inseguridad en sí mismo.

¿Qué les molesta a los que les molestan los gays? Si a ése que protesta, a ése que dice sentirse incómodo delante de un homosexual, a ése que lo pone a parir... Si a ése que le molesta un gay, digo, de verdad le gustaran las mujeres, estaría feliz de que existan hombres en el mundo que aman a otros hombres porque así habrá más mujeres donde elegir. Total, los gays no se las van a levantar. Hay veces que en algunas de esas protestas se esconden gays en potencia. Hombres que desean probar qué hay al otro lado y que vete tú a saber por qué –quizá tienen novia, o están casados, o tienen hijos, o pertenecen a familias extra conservadoras, o no se aceptan a sí mismos– no se atreven a dar el paso. No salen del armario pero les escuece que otros hayan salido y luzcan con entusiasmo la bandera del ‘orgullo’. Menos mal que la Organización Mundial de la Salud eliminó de la lista de enfermedades mentales la homosexualidad en 1990. Una aberración tener que llegar a las puertas del XXI para obviar una categoría errónea. Desde aquí proponemos que se tipifique como enfermedad mental la de aquellos que ven algo anormal en los homosexuales.

Que un tío ‘presuma’ de escapar de un gay o bromee con no ponerse de espaldas no vaya a ser que...(¿no vaya a ser qué?) denota una precaria inteligencia emocional. Que ese mismo tío llame maricón a otro sólo porque a su juicio tiene un toque femenino más acentuado de lo que él cree correcto, unas gafas de tres colores o unos pantalones más ajustados que los suyos, es triste. Tristísimo. Y denota un agujero de sensibilidad tremendo porque ni todos los que tienen pluma entienden, ni todos los que parecen machotes ibéricos son heterosexuales. Hay sorpresas. Muchas. Más de las que parecen, y lo mismo que ese chico con manos de niña, bolso cruzado y entrecejo depilado es un rompedor de corazones (femeninos) y tiene una lista de conquistas que ya quisieran otros, el que va de garrullote por la vida contando sus hazañas con mujeres que –dice– se rinden a sus pies, mientras se jacta de odiar a los gays, puede que algún día pierda aceite. No hablo en broma, ni de memoria. Hablo de casos reales que se dan de vez en cuando para dejar al descubierto que todavía tenemos unos prejuicios que nos corroen a la hora de aceptar al prójimo tal y como es.

Luego están los que confunden los términos y piensan que un gay es un tío al que le gustaría ser o vestirse de tía. Error. Transexuales al margen, a los tíos que más les pone vestirse de tía y aprovechar el Carnaval para robarle las medias a su hermana, plantarse un pelucón o pintarse los morros de rojo-puta son ‘hetero’. Ya ves. Ellos tan machos, llega el Carnaval y ni la Veneno. Y yo los respeto, que conste. Igual que respeto al que decide no salir del armario por la causa que sea, respeto al que quiere ir por la vida de ‘alborotadora’ sexual, al que se pinta la raya y no es gay y al que se deja pelos aunque sí lo sea. Lo que no respeto es el comentario despectivo y ‘antisemita’, insisto, de aquel que desprecia a un colectivo sensible, inteligente, entrañable (y perfumado, muy perfumado) sin haber cruzado en la vida una palabra con un gay no vaya a ser que se le pegue algo. Ojalá.

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