2009/02/27

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  • La maldición masculina
  • El Diario Vasco, 2009-02-27 # Santiago Eraso
Estos días se puede ver en los cines Revolutionary Road, una excelente película de Sam Mendes en la que se muestra un retrato amargo de la condición femenina y, por extensión, de la masculina durante los años cincuenta en EEUU. Las quimeras de liberación e independencia de una mujer soñadora, sojuzgadas por la inmadurez e inconsistencia moral de su compañero y las conservadoras dinámicas sociales, acaban reducidas a delirio y locura. La violencia de género, intrínseca al papel de mujer sumisa que la protagonista se ve obligada a realizar, retrata con crudeza la miseria de una situación social que, aunque la retórica de la igualdad se empeñe en superar, todavía sigue muy vigente en la vida cotidiana de nuestros días.

Aunque cada vez hay más hombres y mujeres preocupados por el papel que se le sigue otorgando a la masculinidad tradicional, lamentablemente, un porcentaje muy alto de la sociedad sigue las pautas convencionales de comportamiento. En la vida cotidiana se continúa reproduciendo el esquema social que, según la teoría psicoanalítica clásica basada en el complejo de Edipo, otorga a los niños una subjetividad activa (masculina) y a las niñas una pasiva (femenina).

Los historiadores de la sexualidad, en especial a partir de Foucault y su Historia de la sexualidad, así como destacados psicoanalistas que han superado la tradicional concepción freudiana, han planteado que la sexualidad es un producto de largos procesos culturales. En este sentido, afirman que la identidad de género es históricamente inestable y, por tanto, está abierta al cambio político; es decir, que se puede alterar y modificar. A pesar de que han pasado muchos años desde los primeros avances feministas, queda mucho camino por recorrer para que podamos reconocer una auténtica igualdad social entre sexos de diferente signo.

El caso de la adolescente sevillana asesinada por un joven, acompañado en su criminal actuación por otros tres, más allá de su nefasto tratamiento mediático, ha elevado a su máxima expresión la condición de sujeto subalterno que aún padece la mujer en nuestra sociedad. Y, de nuevo tristemente, el hombre ha sido condenado a su maldición atávica. El anatema que nos sigue otorgando el dudoso privilegio del uso de la violencia nos vuelve a situar más cerca de la condición animal que de ser humano inteligente.

Las políticas de igualdad que se están aplicando no dejan de ser ejercicios de buena voluntad ante la inmensa labor que nos queda por hacer. Las medidas de corrección de la violencia masculina/machista deben aplicarse desde la infancia y en todos los ámbitos sociales; el contexto familiar, la escuela, los medios de comunicación, el ámbito social de convivencia cotidiana deben abordar el problema con mucha mayor radicalidad.

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