2009/02/02

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  • Ratzinger derrapa a la derecha
  • El perdón a los 'lefebvrianos' y la polémica consiguiente con los judíos resucita el temor de tics retrógados en El Vaticano
  • El Diario Vasco, 2009-02.02 # Iñigo Domínguez • DV • Roma
El cura facha que interpretaba Agustín González en La escopeta nacional, de Luis García Berlanga, clamaba contra «esos rojos del Concilio», la corriente innovadora que se impuso en el Concilio Vaticano II, el último de la cristiandad, celebrado en los sesenta.

Los lefebvrianos un grupúsculo de sacerdotes y fieles que mentalmente sigue en aquella época y se consideran depositarios de la esencia de la verdadera Iglesia, hasta el punto de crear el último cisma católico en 1988, han recuperado protagonismo esta semana de forma sorprendente.

Han sido perdonados por Benedicto XVI, veinte años después de la excomunión a seis de sus obispos. Pero lo llamativo es que regresan crecidos, casi victoriosos, como si El Vaticano se hubiera plegado a su punto de vista. De hecho, al manifestar claramente algunas de sus opiniones han desencadenado una ruptura de relaciones de la Santa Sede con el mundo judío, incidente equivalente al que desató con el Islam el célebre discurso de Ratisbona en 2006. El detonante ha sido uno de sus obispos, Richard Williamson, de 68 años, que ha negado la dimensión del Holocausto y la existencia de las cámaras de gas nazis. Otro colega italiano añadió que el gas era sólo para desinfectar.

Misas en latín
El asunto se ha gestionado mal desde El Vaticano, pero, al margen de eso, hace surgir preguntas de fondo: ¿Por qué la Iglesia, tan inflexible en otros campos, tiene tantos miramientos con una banda de integristas retrógrados? ¿Por qué hay espacio en ella para quien reniega del Concilio Vaticano II? Los seguidores del arzobispo francés Marcel Lefebvre, fallecido en 1991, son 498 sacerdotes y 160 monjas.

Su sede está en Suiza y dicen contar con un millón de fieles en 31 países, aunque es más fácil conocer un socio del Betis y son sólo 40.000. Siguen celebrando la misa en latín y con el cura de espaldas, no creen en la libertad religiosa ni en que haya salvación fuera del cristianismo, abogan por la sumisión del Estado a la ley religiosa y continúan condenando a los judíos como el pueblo «deicida». La paradoja es que esto parece más tolerable hoy que hace 40 años y lo que está en juego, en realidad, es el gradual desplazamiento de la Iglesia a posiciones más conservadoras. Aunque Ratzinger dice hacerlo en aras de la unidad cristiana, en algunas ideas no está tan lejos de ellos. Según el teólogo disidente suizo Küng, gurú de los sectores progresistas, afianza un proceso de «restauración».

Los casi cuatro años de pontificado de Benedicto XVI han corregido desde luego parte del rumbo de la Iglesia. El Papa ha querido una liturgia más sobria, ha rescatado el gregoriano y, en un guiño a los lefebvrianos, resucitó en 2007 la misa en latín, algo que nadie, salvo ellos y al parecer Benedicto XVI, echaba de menos. Este grupo no ocultó su alegría por la elección de Ratzinger como Papa.

Los gestos del Pontífice hacia ellos comenzaron enseguida. Cuatro meses después de ser elegido recibió al superior de la orden, Bernard Fellay, y al final de ese año, en un discurso clave ante la Curia, afirmó que el Concilio Vaticano II no fue una ruptura con la tradición, sino un paso más en la continuidad de la Iglesia. Otro guiño que espantaba los últimos aires de revolución del Concilio, añorados como algo incumplido por los progresistas de la Iglesia.

Ninguno de estos gestos tuvo respuesta de los lefebvrianos, que no obstante han visto cómo se les levantaba el castigo. Pese al malestar interno en la Iglesia, el trámite podía haber pasado silenciosamente si no hubiera sido por las declaraciones de Williamson. La polémica con los judíos ha obligado esta semana a Benedicto XVI a condenar expresamente el Holocausto, algo sobre lo que no había dudas, y exigir por primera vez públicamente a los lefebvrianos la adhesión al Concilio Vaticano II.

Ha matizado que el perdón no significa aún la plena reconciliación. Williamson pidió al final disculpas al Papa, pero sólo por los problemas causados por sus «imprudentes» palabras. Nada de arrepentimiento sobre esas ideas, tan sólo sometimiento a la autoridad.

La reaparición en la Iglesia del gen antisemita retrotrae a los tiempos preconciliares. En la oración de Viernes Santo de la vieja liturgia recién restaurada, los judíos eran «pérfidos» -ahora se ha cancelado el adjetivo- y hay que rezar por su conversión. Pero lo peor es que ha agravado un momento de tensión entre judíos y El Vaticano, tras la polémica sobre la beatificación de Pío XII y otros roces. Abarca también las relaciones con Israel. En la Santa Sede, históricamente pro-palestina, hay un cierto prejuicio contra Israel, que nace del resentimiento secular acompañado de tesis políticas. Por eso se perfila tan importante un posible viaje del Papa a Tierra Santa en mayo, que aún está en el aire.

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