- Cuando el agresor es el que cae muerto a puñaladas
- Un chico está en la cárcel por matar a su padrastro
- El País, 2009-02-16 # Carmen Morán • Madrid
Recientemente, Carlota contó su historia en el Senado a un grupo de mujeres rurales congregadas allí por la asociación Femur bajo la batuta de la senadora del PP Juana Borrego. La conmoción fue generalizada.
Abdessamad Bibah nunca le pegó, pero la fue anulando poco a poco, a base de broncas, hasta que la mujer redujo su vida al trabajo y la casa. La pareja, que vivía en El Espinar (Segovia), se había hecho con la concesión del bar y la taquilla de la estación de autobuses de un pueblo de al lado. Con el pretexto de impedir robos, Abdessamad instaló cámaras en ambos sitios y vigilaba a Carlota desde el sofá de casa. "A media mañana ya me estaba llamando. Que por qué sonreía a los clientes, que cómo era tan boba de servir un Rioja si me habían pedido Ribera de Duero". Abdessamad, "un hombre guapo, culto, viajado", como le describe Carlota, salía por las noches y a veces volvía borracho. Entonces, cualquier pequeño detalle era bueno para que se desatara la tormenta. "Se convertía en un monstruo. Al día siguiente yo le decía: pero Abdessamad, ¿tú sabes las cosas que me dijiste anoche? Es que ya no sé quién soy, si la más puta del pueblo o una mujer maravillosa". Entonces él pedía perdón y la vida, claustrofóbica, seguía su curso.
Carlota se lamenta de no haber denunciado, pero no cree que le hubiera dado tiempo. "Si yo voy a la Guardia Civil y no consigo un alejamiento, en tres días me mata tres veces".
Su caso se ajusta como un guante al relato de cientos de maltratadas. Un noviazgo apasionado donde pronto empiezan los desaires, tacita a tacita, lo justo para que el perdón se conceda cada vez. A los seis meses de salir juntos, embarazada ya, viajó con su hija a Marruecos, para conocer a la familia política. Él iría a recogerlas a Ceuta, pero no llegó, ni tampoco contestaba al teléfono. Las dos mujeres se alojaron en un hostal hasta que Abdessamad dio señales de vida y algunas excusas poco corteses.
Las recogió al día siguiente en la frontera. "Hasta allí nos acompañó amablemente el dueño del hostal, porque no sabíamos llegar. Cuando aparecimos me montó un pollo porque habíamos ido con aquel hombre".
¿Por qué no dejó la relación entonces? Carlota aún tenía la ilusión intacta y disculpaba sus propias sospechas. Y tampoco quería que su hijo naciera sin padre. El mayor, Crístofer, que ahora está en la cárcel, es el fruto de una relación corta con un americano, y la mediana, hija de un italiano que tampoco ejerció de padre, dice Carlota. "¿Tan mal lo hago que el pequeño tampoco va a tener padre?", se preguntaba entonces.
El tiempo fue disipando las dudas y los últimos dos años, harta de disputas y amenazas, la mujer le había pedido el divorcio por las buenas muchas veces. "Nada de lo que le proponía le era conveniente. Tenía celos de todo, hasta de mis hijos. Abría las ventanas y decía que se tiraría al vacío con el pequeño", llora Carlota. Con Crístofer la relación fue a cara de perro cuando el chaval tenía 13 o 14 años. "Pero ahora, justo ahora, es cuando empezaban a llevarse bien, incluso tenían previsto montar un negocio juntos", asegura.
No hubo tiempo. La última pelea surgió por un mensaje de unos amigos que la hija de Carlota tenía en el móvil. "La niña sólo tiene 12 años, pero él ya pensaba que se casaría con un sobrino suyo de Marruecos. Los dos se llevaban bien, sí, pero sólo tiene 12 años. No soportó que se mandara mensajitos con otros amigos. La llamó puta, le quitó el móvil y se fue a beber".
Cuando llegó se desencadenó la tragedia. Cerró la puerta con llave y comenzó la discusión, pero esta vez, el mayor estaba en casa. "Yo no sé quién cogió el cuchillo de la cocina. Mi hijo dice que fue Abdessamad, que el cuchillo se cayó al suelo y que Crístofer lo recogió y lo dejó encima de la lavadora del pasillo. Cuando vio que él me agarraba por el cuello y me levantaba, le apuñaló. Yo estaba saliendo hacia la calle, pero no me dejaba. Me siguió moribundo y ensangrentado escaleras abajo hasta que murió, en el descansillo del segundo piso". Carlota pidió auxilio en la calle y la Guardia Civil acudió al domicilio.
No hay estadísticas precisas, pero los expertos saben que hay homicidios que tienen de fondo un telón de malos tratos.
La semana pasada se levantó el precinto de una casa marcada por el crimen. Carlota ha cambiado de sitio los muebles, no quiere recuerdos. Ahora visita al mayor en la cárcel y se ha colocado vendiendo Thermomix, un electrodoméstico para cocinar. Enseña a usarlo por las casas. Abdessamad nunca lo hubiera tolerado.
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