2009/11/11

> Elkarrizketa: Jaime Vándor > "CUALQUIER COSA QUE HA SUCEDIDO PUEDE VOLVER A OCURRIR; TAMBIEN EL HOLOCAUSTO"

  • Jaime Vándor . Superviviente en Hungría del holocausto judío: "Cualquier cosa que ha sucedido una vez en la Historia puede volver a ocurrir; también un nuevo Holocausto"
  • Dentro del proyecto de Sos Racismo Gipuzkoa 'Pensad que esto ha sucedido', Jaime Vándor acercó ayer al Koldo Mitxelena de Donostia la realidad del Holocausto judío. La suya. La que vivió en primera persona, hace casi siete décadas, en la Budapest ocupada por la Alemania nazi
  • Noticias de Gipuzkoa, 2009-11-11 # Miguel Cifuentes . Donostia
Algo más de un año antes de que acabase la II Guerra Mundial, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, el ultraderechista húngaro Miklós Horthy se desligó de su alianza con los países del Eje y entabló negociaciones con los aliados. Fue el desencadenante de la ocupación alemana de su país, que se consumó el 19 de marzo de 1944. Desde ese día, los más de 700.000 judíos húngaros sufrieron en sus carnes la política de exterminio nazi, el Holocausto. Antes ya habían padecido algunas medidas persecutorias del propio Horthy, pero nada comparado con lo que les esperaba. Jaime Vándor, afincado en Catalunya desde 1947 pero nacido en Austria catorce años antes y huido a Budapest junto a su familia, fue uno de ellos.

¿Cómo cambió su vida el 14 de marzo de 1944? ¿Qué recuerdos guarda de todo aquello alguien que por entonces sólo tenía once años?
Los alemanes impusieron una serie de leyes y el cambio fue radical. La clásica estrella amarilla, la entrega de pertenencias como radios o bicicletas, la prohibición de tener teléfono, la imposibilidad de sentarse en un parque o en un tranvía, no poder entrar en un restaurante o en el cine... Además, la ocupación hizo que comenzaran los bombardeos de los aliados y que se paralizara la enseñanza. Era peligroso salir a la calle, había riesgo de alarma en cualquier momento y las madres querían tener a los hijos cerca. Lo recuerdo todo y lo recuerdo bien.

¿Era consciente de la gravedad de los acontecimientos?
Antes de la invasión de los alemanes, y salvo por cuestiones como la escasez de los alimentos o las cartillas de racionamiento, los niños apenas nos enterábamos de lo que pasaba en la Guerra. Mi madre sí lo había pasado muy mal, porque no hablaba húngaro, no tenía profesión y tenía que mantenernos a mi hermano y a mí (el padre se había marchado a Catalunya para tratar de asentar allí una nueva vida, pero ellos todavía no habían podido viajar con él); pero nosotros apenas nos dábamos cuenta. Hasta que llegaron los bombardeos, de no haber sido por la ausencia de mi padre, igual ni siquiera nos habríamos enterado.

¿Y después de los bombardeos?
Los padres siempre procuraron que los hijos no nos enterásemos demasiado para no asustarnos. El día que mi madre me cosió la estrella por primera vez y salí a la calle, por ejemplo, yo no tenía la menor idea de las consecuencias que eso podía tener. Parecía más bien un distintivo o una condecoración, no sabía qué significaba aquello. Nos íbamos concienciando sobre la marcha.

Y, dentro de esa concienciación, ¿llegó a darse cuenta de la realidad del Holocausto? ¿De que otros judíos eran llevados a campos de exterminio, de que eran asesinados de manera continua y discriminada?
Nosotros no sabíamos de la existencia de los campos. Sabíamos que en la primavera de 1944 se habían llevado y habían deportado a los judíos de las provincias -entre 550.000 y 600.000-, casi todos ellos ancianos, mujeres y niños (miles de hombres habían sido enviados al frente de batalla para que estallasen con las minas y otros miles a los campos de trabajo en calidad de esclavos), pero de los campos de concentración se sabía poco. Y de los de exterminio no teníamos la menor idea.

¿Tenían noticia de lo que había ocurrido y ocurría en otros países?
Sobre todo, se sabía lo que había ocurrido en Austria y en otros países ocupados por los alemanes. Lo que estaba pasando en Hungría se conocía menos, se iba sabiendo poco a poco. Ahora bien, aunque no estaba muy claro lo que eso significaba, sí sabíamos que había peligro de deportación.

¿Y cómo interpretaban ese peligro?
Las autoridades decían que se llevaban a la gente hacia Polonia para que trabajasen en las fábricas porque los hombres estaban en el frente, pero también se llevaban a los enfermos, a los ancianos y a los niños y nadie se lo creía. Se ignoraba el lugar al que los llevaban y cuál era su suerte, pero se sabía que los que se iban no volvían y, por lo tanto, lo más importante era evitar la deportación.

Muchos de sus familiares fueron ejecutados. ¿Cómo lo recuerda?
De los parientes que teníamos en Austria y Polonia desaparecieron o fueron asesinadas más de 100 personas, aunque no lo supimos hasta después de la Guerra. Y de los parientes de Hungría (su padre nació en ese país), unos 50.

¿Cómo fue la vida sin su padre?
Estuvimos separados siete años (entre 1940 y 1947) y, pese a que en un principio hubo contacto, éste se perdió después. Durante muchos años no hubo modo de mandarle cartas. Especialmente durante los diez meses del Holocausto en Hungría, estuvimos sin saber unos de otros. Fue muy angustioso.

En Budapest, ustedes se salvaron gracias a una de las llamadas "casas españolas". ¿Cómo sucedió?

Los nazis construyeron un gueto en la capital para encerrar a los judíos y poderlos deportar más fácilmente (en Budapest había 200.000 judíos, el 20% de su población) y todos nuestros esfuerzos iban encaminados a no ir allí. A semejanza de lo que habían hecho otras naciones neutrales, el encargado de negocios español -Ángel Sanz-Briz- empezó a extender certificados o cartas de protección y, como mi padre vivía en Barcelona, nos lo dio. Alquiló cuatro edificios y metió en ellos a todos sus judíos protegidos (cerca de 2.000). En nuestro caso, vivíamos 51 personas en dos habitaciones, con un solo cuarto de baño, también habitado. Hay que dejar claro que lo hizo todo por iniciativa propia, sin ningún tipo de orden del régimen franquista. Con el tiempo se tuvo que ir por la cercanía de las tropas soviéticas, pero un colaborador -Giorgio Perlasca- siguió su labor. Entre los dos salvaron a 5.200 judíos. Por otra parte, a los alemanes no les dio tiempo a deportar a todos los del gueto. Al final de la Guerra, en Budapest habían sobrevivido 100.000 judíos, la mitad. En las provincias, en cambio, perecieron casi todos.

Casi siete décadas después, y en respuesta a una de las preguntas que plantea la exposición de Sos Racismo, ¿cree que podría volver a ocurrir algo como aquello? ¿Un nuevo Holocausto?
Estoy convencido de que sí. He sido profesor, entre otras cosas de Historia, y mi convicción es que cualquier cosa que ha sucedido una vez puede volver a suceder. Desgraciadamente, la gente no aprende de la Historia. Durante mucho tiempo se ha pensado, especialmente desde la Ilustración, que el progreso consiste en la cultivación de la gente, en difundir la cultura, etcétera, y que eso a la larga salvaría a la Humanidad de la barbarie. El siglo XX demostró que eso no es cierto, porque Alemania y Austria eran de los países más cultos de Europa. Y allí pasaron las mayores barbaridades basándose en el racismo. Yo siempre he sostenido que la cultura no es ninguna salvaguardia contra la barbarie.

¿Y cómo se puede luchar contra ello? ¿Qué medidas sí son eficaces?
Hay que luchar contra esto empezando por los niños. Educándoles en el respeto al prójimo, a la diversidad, a la pluralidad. Pero todo lo que ha pasado una vez puede volver a suceder. A veces se llama racismo, otras veces otra cosa. Cualquier fanatismo y cualquier verdad única es nociva para la Humanidad.

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