- Erradicar conductas sexistas, tarea educativa
- El Diario Vasco, 2009-10-20 # Cristina García de Andoin Martín . Psicóloga y educadora social
En los centros educativos hay un lenguaje minorizado que es preciso normalizar, el lenguaje igualitario, ese que nombra y visibiliza a las mujeres, que expresa una imagen pública de las mujeres en positivo, que las empodera. ¿Por qué afirmo esto? En el primer mes de estancia de mi hija en un instituto de secundaria de una zona progre de Bilbao nos hemos encontrado con uso del lenguaje masculinizado, tanto en la reunión de presentación del centro a las familias como de las notas escritas que hasta la fecha nos van remitiendo. También mi hija se ha encontrado con archivos con imágenes pornográficas de mujeres en algunos ordenadores de las aulas. Y ha relatado un episodio al parecer no aislado de un niño que le baja los pantalones y las bragas en público a una niña de 13 años a la que el chándal o los pantalones afganos parece que le convierten en víctima potencial.
El derecho de las mujeres a la educación ha sido un empeño colectivo. En tiempos no tan lejanos la educación se centraba en preparar a las mujeres para mejorar su desempeño como amas de casa. Ahora esa etapa está superada, pero sospecho que hay algún currículo oculto que quizá no se enseñe en las aulas pero que nuestras alumnas y alumnos aprenden inevitablemente en el sistema público de educación. ¿Hay un currículo oculto que premia o reconoce en los chicos la violencia y en las chicas la sumisión? ¿Qué simbolismo encierra bajar los pantalones y mostrar el sexo de la niña para humillarla en público? ¿Se ha pretendido degradar sólo a una niña individual o a todo un colectivo? ¿Qué poso queda en el imaginario colectivo? Mucho me temo que este tipo de episodios son toda una clase magistral sobre las relaciones de poder jerárquicas entre hombres y mujeres. Las niñas han aprendido que pueden recibir un trato vejatorio por el hecho de ser mujeres y por su parte los niños han aprendido que pueden dar un trato degradante a sus compañeras porque pertenecen al colectivo dominante.
Creo que es hora de que ese currículo oculto que se aprende en los centros sea iluminado con una buena linterna, un paso necesario para la búsqueda de alternativas que profundicen en la igual dignidad de las personas y la democracia en las aulas. La violencia sexista no ocurre sólo en el seno de algunas o muchas relaciones de pareja, sino que se va gestando en otros espacios y marcos de relación, y tiene una identidad propia que opera con un guión diferenciado, pero es preciso reconocerla como tal porque sólo de esa manera vamos a poder trabajar sobre ella.
Por seguir con el caso mencionado, no debería parecer suficiente reconvenir al niño para que pida perdón a la niña de forma privada, sino que debe hacerlo públicamente porque públicamente ha cometido el acto degradante. Esta circunstancia no es casual, necesitaba un público, un público de iguales varones que le aprobara, le reconociera y le jaleara la gracia, y un público femenino ante el que dejar claro que él u otros chicos pueden humillar a cualquiera de ellas en otro momento. ¿Qué tal encargarle un trabajo de redacción con posterior exposición pública sobre algún tema que dignifique y reestablezca la imagen de las mujeres, sobre las aportaciones que éstas han hecho individual o colectivamente a la Historia de la Humanidad, a la ciencia, a la literatura, a la democracia..? De esta manera, y voy a recurrir a la ironía, se compensaría un poco los déficits que en esta materia existen en el currículo escolar, lo que Amelia Valcárcel denomina de forma tan lúcida la ablación de la memoria.
No es un asunto menor. Es necesario poner límites a los comportamientos sexistas de los niños en su relación con las niñas. En los tramos inferiores de la enseñanza hay una sobrerrepresentación de mujeres enseñantes, y a veces pienso que las mujeres no somos muy eficaces cuando se trata de poner límites a los hombres, aunque se trate de niños. Tampoco puedo evitar poner el dedo en alguna llaga cuando me interrogo acerca de la constatación de mi hija que con 11 años y ajena a las conclusiones de los estudios empíricos veía y me decía, como ellos, que el profesorado hacía más caso a los chicos que a las chicas en clase.
Valcárcel describe muy bien el proceso por el cual los varones se inician en las fratrías, el proceso por el cual en los sistemas coeducativos actuales, hay un momento en que el grupo de varones se separa, como si se hubiera mezclado agua con aceite. Es lo que le ocurrió a mi hija de 8 años hace unos meses, que se enfadó porque los chicos no les pasaban el balón a las chicas cuando pretendían jugar al fútbol. Los niños varones comienzan a estar juntos y a ocupar los espacios, a emplear un discurso misógino y a repartir entre sus miembros las diversas caras de la virilidad (la fuerza, la ironía...), entre las que destaca la escasa predisposición a resolver los conflictos de forma pacífica. Estaremos de acuerdo en que hay que erradicar la violencia de los hombres hacia las mujeres, pero como bien señala la autora, «si no somos capaces de interrumpir el momento de aprendizaje viril en el cuál la fuerza y la violencia están presentes y nadie les está marcando diciendo hacia dónde deben ser llevadas, la fratría no será disuadida».
Me gusta relacionar las ideas, las que desde el espacio público nos aportan las estudiosas, y las que desde el espacio privado nos aporta la vida cotidiana. Del feminismo hemos aprendido a establecer relaciones entre lo que ocurre en la esfera pública y la privada, y que lo personal es político, pero también hemos aprendido que la convicción ha de conducirnos a la acción y por eso quiero pensar qué cosas concretas podemos hacer. Me alegra poder cerrar el artículo con una nota de optimismo, al conocer que finalmente, en el caso mencionado, el niño ha solicitado el perdón de forma pública. Es bueno que sigamos hablando de estos temas, porque de lenguas y lenguajes queda mucho por 'normalizar'.
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