2009/03/25

> Iritzia: Carlos Martínez Gorriarán > NO ME LLAMES TONTO QUE ES TONTOFOBIA

  • No me llames tonto que es tontofobia
  • UPyD, 2009-03-25 # Carlos Martínez Gorriarán • Responsable de Comunicación y Programa de UPyD
Como era de prever, las críticas a Carme Chacón por su colosal chapuza en el asunto de la retirada (desmentida) de las tropas de Kosovo han sido refutadas con este extraordinario argumento: son críticas misóginas y machistas que no se habrían emitido si no fuera porque da la casualidad -¿o es causalidad?- de que Carme Chacón es mujer; por lo tanto, tales críticas no valen un pimiento y se vuelven contra quien las hace. Natural: la naturaleza primera y fundamental de Carme Chacón es la de ser mujer, y ante ese hecho incontrovertible debe estrellarse cualquier otra exigencia derivada de su condición de ministro del Gobierno de España. No menos naturalmente, es Trinidad Jiménez la que ha expuesto con desenvuelto desenfado esta teoría naturalista de la impunidad. Y muchas otras mujeres, de derechas o izquierdas, se han subido a ese carro con alegre indignación: no se puede criticar a ninguna mujer que ocupe un cargo o tenga una responsabilidad porque hacerlo equivale a criticar al mujerío en su calidad de tal, delito atroz de machismo.

En fin, que resulta divertido observar la velocidad con la que los afectados por críticas políticas o de cualquier otra clase legítima se refugian en la presunta impunidad que, según suponen, les garantiza su naturaleza o sus intocables creencias naturales. La idea de ciudadanía, que es puramente cultural, está en plena retirada ante la ideología del género apalancada en el imperio de la naturaleza Si un vecino te hace la vida imposible poniendo la música a tope a las cuatro de la mañana y le denuncias pero resulta que es homosexual, estás perdido: lo tuyo es un caso intolerable de homofobia. Si reprochas a un cura declaraciones imprudentes o francamente disparatadas y peligrosas –verbigracia, las de Benedicto XV sobre el sida en Africa-, es una muestra intolerable de anticlericalismo o algo peor. Hemos dado un paso más allá del clásico sectarismo que consideraba a la gente de derechas fachas perversos o a las de izquierda canallas y vagos. Ahora ya nadie es sino lo que la naturaleza, o cierta idea de la historia y la matraca de la identidad, impone: mujer y nada más aunque sea ministra; homosexual y nada más aunque dirija un banco; nacionalista y nada más aunque persiga al que no lo es; creyente y nada más aunque propague supersticiones peligrosas. Pues vale: dentro de poco ocurrirá que llamarás tonto a uno que lo sea y te acusarán de tontofobia.

Llevada a la cosa pública, esta concepción de la irresponsabilidad natural está convirtiendo en imposible no ya la decaída petición de responsabilidades, sino el mero ejercicio de la crítica. La cosa, desde luego, puede perfeccionarse. El otro día me contaba un amigo el extraordinario caso de una mujer biológica inmersa en un tratamiento para el cambio de sexo que antes de culminarlo consiguió quedarse embarazada para satisfacer así su deseo de… ser padre al final del proceso hormonal. Un sujeto así sería perfecto para, por ejemplo, presidir un gobierno o un gran banco: estaría inmunizado contra toda crítica imaginable por su condición de antigua mujer y nuevo hombre, de madre y padre a la par y en sucesión vertiginosa (con la ayuda de la ciencia). Un chollo, vaya. No es que pudiera retirar unilateralmente tropas de Kosovo, es que para frenar el cambio climático podría invadir el Polo Norte con una tropa de pingüinos pacifistas y nadie podría decir ni mu.

En fin, que de seguir así las cosas, y no se percibe que vayan a cambiar, el ideal de ciudadanía, basado en la autonomía del individuo en un sistema constitucional de derechos y obligaciones, acabará arrumbado en los libros de historia en beneficio de un homo natural atado a su condición biológica, entendida como única fuente de derechos. También la ideología y las creencias se ven bajo el mismo prisma: uno no tiene ideas, sino emociones hereditarias e incomprensibles para los demás de las que no puede liberarse y por lo que nadie debe atacarlas, como dicen los fundamentalistas de cualquier laya. Pues si esto sigue, ya podemos prepararnos para despedirnos de la libertad: la ciudadanía se muere, viva el género.

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