- Pedir perdón
- El reconocimiento de Bush de sus errores en Irak
- Hay disculpas que son para lavarse las manos, pero aún es peor la desvergüenza de quienes ni se disculpan
- El Periódico de Catalunya, 2009-01-02 # Umberto Eco
Puesto que, en este millón y medio de peticiones de perdón, internet registra también las de años pasados, acordé- monos de que Silvio Belusconi pidió perdón a su esposa, Verónica; de que Benedicto XVI pidió perdón a Mahoma; de que Juan Pablo II pidió perdón a Galileo (con lo cual la Tierra se puso gozosa a dar vueltas en torno al sol).
Claro que la noticia más fresca es la siguiente: en una entrevista en el canal ABC, Bush ha pedido perdón al pueblo americano por haber emprendido sin ra- zón alguna la campaña de Irak (donde han muerto más de 4.000 soldados estadounidenses, algunos centenares de aliados, algunos centenares de miles de iraquíes y civiles varios, y así en adelante, sin contar a los heridos). Ha pedido perdón por esta matanza porque se ha dado cuenta de que los terroristas no vivían en ese país y Sadam no preparaba armas atómicas. Era culpa de la intelligence (que no debe traducirse como inteligencia).
No he entendido si este entusiasmo por pedir perdón indica un arrebato de humildad cristiana o más bien de desfachatez: haces algo que no deberías hacer, luego pides perdón y te lavas las manos. Me viene a la cabeza el chiste del vaquero que cabalga por la llanura y oye una voz del cielo que le impone que vaya a Abilene. Cuando llega, la voz le dice que entre en el salón y que apueste todo su dinero a la ruleta, al número 5. El vaquero, seducido por la voz celestial, obedece, sale el 18 y la voz susurra: "Lo siento, hemos perdido".
De todas formas, hay cosas peores: los hay que tienen la desvergüenza de no pedir ni siquiera per- dón. Estamos en una época de sinvergüenzas, donde los individuos acusados de fraude se dejan ver tranquilamente en los locales más famosos o en la tele, y firman autógrafos; los que han arruinado a padres de familia y a madres viudas siguen circulando impertérritos con sus aviones privados; los que han sido elegidos arteramente para un cargo en el que nadie los quiere siguen sin levantar el trasero de un sillón tan duramente conquistado e incluso se afeitan todos los días para mostrar su cara en la tele.
Y están los impunes históricos. Quizá se acuerden ustedes de que cuando Bush empezó el ataque a Irak, muchos protestaron y los franceses incluso negaron su apoyo. Entonces, no digo ya en EEUU, donde todos aún estaban sobrecogidos por el 11 de septiembre y reaccionaban cambiando de nombre en los restaurantes a las patatas fritas (que a ese lado del océano se llaman french fries), sino aquí, en Italia, voces supervirtuosas se levantaron tachando de terroristas y quintacolumnistas de Bin Laden a todos los que veían con preocupación el ataque norteamericano.
No sólo eso, sino que, cuando tiempo después Bush anunció triunfalmente que la guerra en Irak había acabado y se había ganado (otra patética mentira, y además evidente para cualquier persona dotada de sentido común), sus acólitos italianos escribieron artículos irónicos dirigiéndose a los que habían albergado dudas diciendo: "¿Veis como teníamos razón nosotros?". Argumento este totalmente delirante, puesto que, aun admitiendo que se haya ganado una guerra, eso no significa en absoluto que hubiera buenos motivos para hacerla. Al principio, Hitler ganaba siempre, y aun así no tenía razón alguna. Hoy me gustaría saber y ver cómo reaccionarán los sinvergüenzas de mis tierras ahora que Bush pide perdón por sus errores.
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