2009/01/02

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  • Cuba Libre
  • Entre los festejos que este año recuerdan el 50 aniversario de la revolución cubana, hay ciertos ritos íntimos pero no por eso menos públicos que se suceden a diario sobre la geografía de la isla: la vida social y erótica de gays y trans –las lesbianas, como siempre, casi invisibles– se ha organizado a pesar de las persecuciones y el exilio obligado, ahondando un poco más esa herida en el régimen llamada “apertura”. El mapa de la diversidad dibuja un itinerario particular en La Habana, donde todavía los contactos virtuales no han logrado vaciar las calles.
  • Página 12, Soy, 2009-01-02
En El cuerno de la abundancia, la película cubana de Juan Carlos Tabío, hay un padre castrista y castrador, siempre al borde del infarto, que lucha con su familia para salir de la crisis económica en un pueblo anónimo de la isla. Y, como un misterio en el relato, hay un hijo ausente, como un fantasma, de quien el padre no puede ni tolerar oír su nombre. Hasta que otro personaje, en un ataque de ira, se lo nombra con un reproche y ahí descubrimos la historia oculta: se trata de un hijo maricón que se vio obligado a fugarse de Cuba a causa de su machismo. Con sólo nombrar esa mancha en su vida revolucionaria, al padre le da un ataque cardíaco y queda postrado, casi vegetal, en una silla de ruedas. El cuerno de la abundancia es una comedia grotesca sobre los lugares comunes del presente cubano que se estrenó en la última edición del Festival de La Habana, tres semanas atrás. A 50 años de la Revolución, esa escena señala la vigencia de la herida que significa para la saga cubana de exterminio a los homosexuales.

Y pocos lugares como La Habana para sentir la historia, con la proliferación de edificios de la primera mitad del siglo XX y los autos gigantes de los ’50 navegando las calles como lanchones. Pareciera que el pasado no quiere hundirse sino que flota en el presente. Y las heridas de las primeras décadas de la Revolución aún tienen su traumático peso específico sobre el nivel del mar. Por difíciles de olvidar, por insensatas, por llevar a cabo las concepciones más reaccionarias que la izquierda latinoamericana de los ’60 y ’70 tenía de los homosexuales. En primer lugar, esas Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), campamentos de trabajo rural donde fueron obligados los homosexuales a recluirse, entre otros sujetos “problemáticos” para la Revolución, entre 1965 y 1966, época en la que se denunciaron además distintos casos de asesinato por orientación sexual o identidad de género. Y después de 1971, la famosa “parametración”, una doctrina oficial que impedía a ciertas personas, donde se incluía a cualquiera sexualmente diverso, ocupar puestos de trabajo socialmente relevantes. La idea de exterminio de la diferencia fue una suerte de política oficial cubana que, en el mejor de los casos, provocó que muchos gays, lesbianas y trans fuesen condenadxs al exilio. Todavía hoy, el relato del gay escapando de la isla caribeña es un tópico recurrente de la cultura cubana, con el libro de Reynaldo Arenas Antes que anochezca como obra cumbre de esta narración matriz del exilio desesperado tras la Revolución. Y, para colmo de aberrante, la lógica de la exclusión se terminó con la implantación de los sidarios en el último lustro de los ’80, condenando a reclusión obligatoria a los seropositivos, no sólo quitándoles las posibilidades de desarrollo social sino criminalizándolos por su condición de enfermos.

Hasta la Victoria... Abril
La década del ’90 pareció limpiar todo el pasado homofóbico de la isla, especialmente a partir de Fresa y chocolate (1993), la película dirigida por Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío que narraba el amor y el desamor, tanto como el enfrentamiento ideológico entre un artista gay y un comunista revolucionario. Pero no, si bien la película fue un éxito cinematográfico, estuvo “postergada” su exhibición televisiva en Cuba hasta el 2007. La censura televisiva y cinematográfica de algunas obras está a la orden del día. Una larga historia de amagues de apertura marca los últimos años de la isla, pero todavía muchos gays, lesbianas y trans de Cuba tiene miedo a reunirse, a tener una vida social plena. En 1997 sucedió otro hecho significativamente traumático en la isla: en una de las tradicionales fiestas clandestinas gays donde asistieron Pedro Almodóvar, Bibi Anderson y Jean-Paul Gaultier (algunos dicen que también estaba Victoria Abril), una razzia policial acabó con cientos de personas detenidas y los organizadores cumplieron condena por varios meses. A Almodóvar & Cía. los dejaron ir porque los habían reconocido, pero a Jean-Paul Gaultier lo tuvieron detenido en una comisaría de La Habana. El escándalo trascendió y esa fiesta confirmó para muchos la poca libertad que todavía existía para la vida pública de la comunidad glttbi. Las fiestas clandestinas no volvieron a ser tan multitudinarias, y hay que conseguir una clave casi secreta para acceder, aunque muchos dicen que ya no existen, que son apenas reuniones. Igual la mayoría de los gays cubanos se niega a ir a esas fiestas, por miedo a las razzias y a las posibles actas policiales contra los que asisten. De esta manera, la posibilidad de asociarse fue sistemáticamente boicoteada, incluso desde que hay una cierta apertura, a principios de los ’80, cuando se creó y se diluyó rápidamente la Organización Nacional de Entendidos (ONE), único grupo glbt que trató de sentar bases para un movimiento de acción cultural dentro de Cuba. Sin embargo, lejos de desaparecer socialmente, la comunidad glttbi tiene sus estrategias, su modo de vida crece desde los márgenes y, comparado con las nuevas ciudades occidentales gay friendly, todavía se puede considerar libertario.

Habana Libre
Más que nunca, en las grandes ciudades del mundo la mayoría de la comunidad gay construye su identidad a partir de una forma de consumo, asimilándose de a poco a la civilizada vida cultural, y llevando cada vez más una vida puertas adentro en lugares de encuentro predeterminados y exclusivos. Y, sobre todo, la principal forma de comunicación actual se desarrolla por medio de internet, con las formas del ciberyiro (chat, contactos, xtube, etc.), que hacen abandonar cada vez más la calle y los lugares públicos de circulación democrática (no determinados por el poder adquisitivo ni por el acceso a la tecnología). Frente a ese mapa claustrofóbico del estado actual de la comunidad global glttbi, la isla cubana presenta una geografía del deseo que aún se resiste a ser entendida dentro de esos cánones. En el Barrio Vedado se desarrolla la más intensa vida gay en las calles. La homoerotización del espacio público está a la orden del día, y parte de la ciudad de La Habana es un hervidero de sangre caribeña en las penumbras del Centro. Penumbras porque la noche habanera es más noche que cualquiera: la crisis energética provoca una sombra profunda en gran parte de la ciudad, apenas interrumpida por algunos faroles que proyectan luces débiles, o por algunos pocos negocios abiertos durante la noche. Un baño público en una plazoleta sobre la calle 23 es la tetera más concurrida de La Habana. Aunque funciona casi todo el día, de noche una muchedumbre se siente más cómoda en la oscuridad, rodeando al monumento del Quijote que adorna la pequeña plaza, que rebautizó al lugar como el Baño del Quijote, la letrina donde se escriben aventuras sexuales diversas a cada minuto, como una saga en la vida gay de La Habana. El interior del baño es casi teatral: una cortina separa los mingitorios de los lavabos, pero en lugar de ocultar señala que detrás sucede la verdadera escena. Si el montaje escenográfico es elocuente, aún más lo es la placa al pie del monumento al Quijote: “Somos de la España de Lorca...” empieza, evocando al poeta andaluz que visitó La Habana en 1930 y que dejó rastros en la literatura y, también parece, en las costumbres libidinosas de los baños insulares. A tres cuadras de ahí, por la avenida 23, alrededor del hotel Habana Libre, se sucede la principal circulación deseosa: el parque frente al cine Yara, la heladería Coppelia, son algunos de los lugares ideales donde salir a fletear (yirar en slang cubano). Y si el amor no surge se puede calmar el ardor de la entrepierna en la sombra de un zaguán cualquiera, anónimamente, cubiertos por una sombra en la que ni los ojos de un gato podrán adivinar las formas. Si alguien, en lugar del encuentro sensual en los agujeros negros del centro, prefiere las luces y la sociabilización, un bar a unas cuadras, Piropo, en 23 y P, es un lugar que explota de maricones y turistas. Ahí tiende a aparecer la figura del pinguero, versión local del taxi-boy, que trata de sacar ventaja de los “yumas” (nombre que los cubanos les dan a los turistas estadounidenses o cualquier extranjero que no hable español). El Piropo es un bar de paredes de vidrio que casi no lo separan de la calle, donde hay una visibilidad diversa que encandila, y la vereda es casi parte del bar, en una forma de sobreexposición sensual pública extinta en la mayoría de las ciudades céntricas de latinoamérica.

Las plazas de la revolución
Generalmente, el bar Piropo es una última parada antes de caminar una cuadra más y llegar a la verdadera fiesta de todxs: en el malecón donde la 23 se hunde en el mar, casi todas las noches se produce la más escandalosa reunión queer. En esa costanera que a veces el mar embravecido bautiza con su espuma, decenas, y a veces cientos, de gays y trans se entregan al grito festivo, al ademán cómplice, al roce erótico, al ron Havana Club. Noches dionisíacas, libertarias, comunitarias de locas desatadas que gritan como sirenas para desviar a los “bugarrones” (chongos en la jerga habanera: hombre viril usualmente bisexual). Ahí, en el malecón aparece toda la sal del mar caribeño: esa gracia que Pedro Lemebel atribuye a los cubanos que provoca una “política de las caderas que libera al cuerpo”. El cuerpo en éxtasis, orillero, frente a un mar que apenas está iluminado por la luna y que el horizonte te devora, borracho de bucolismo playero caribeño, ahí, justo ahí es pura diversidad. Algunos cubanos, temerosos aún, avisaban que hay que andarse con cuidado, que el gentío del malecón es algo peligroso. Nada de eso, a no ser que a uno le asuste la mariconería sin límite: el gesto teatral tropical, la pose amanerada, la peluca irónica, la ropa brillante casi pegada a la piel morena, las miradas libidinosas de rayos X guiadas por un ron que ponen al cuerpo a no sé cuántos grados Fahrenheit: acá no late la delicadeza del mojito, del trago helado y mentolado, sino que el ron va directo a la sangre sin dosificar. Ahí, donde la ciudad mira más allá, el cuerpo se libera del machismo de la revolución tanto como de los vicios de la ciudad gay neoliberal para volar un poco más libre, sin guión, sin red, con la propia lógica del placer marica.

Pero también alejándose del centro, otros rituales eróticos tienen lugar en las plazas o los parques forestados de las zonas periféricas de la ciudad. Porque también hay una relación muy estrecha con la naturaleza que subsiste en la cultura gay, empezando por los apelativos zoológicos con que se denomina positiva y peyorativamente a los homosexuales en Cuba: pájaro, pato, ganso, mula, yegua, cherna, son algunos de los animales elegidos para caracterizar a los maricones. Una relación que también encuentra su relato matriz en Arenas, en su autobiográfico Antes que anochezca, cuando describe su sexualidad infantil en Cuba: “Aquella etapa entre los siete y los diez años fue para mí de gran erotismo, de una voracidad sexual que, como ya dije, casi lo abarcaba todo. Abarcaba la naturaleza en general, pues también abarcaba los árboles... De todos modos, hay que tener en cuenta que, cuando se vive en el campo, se está en contacto directo con el mundo de la naturaleza y, por lo tanto, con el mundo erótico. El mundo de los animales es un mundo incesantemente dominado por el erotismo y por los deseos sexuales”. Si la ciudad es penumbrosa, los parques son la más negra oscuridad. Ahí, en los alrededores de La Plaza de la Revolución, con la cara del Che apenas iluminada, pero también en los parques de la Ciudad Deportiva, cerca del aeropuerto, el banquete dionisíaco encuentra su intimidad máxima. Incluso, a uno de esos parques se lo rebautizó Parque Jurásico, porque se destacan los gerontes que van a buscar aventuras sexuales: una costumbre ancestral que sigue viva como rito sensual del espíritu cubano. Arenas estaría orgulloso.

Diferente
Frank Padrón es crítico, escritor y conductor de un ciclo televisivo de cine. En los últimos años publicó libros recopilando su obra crítica, y también pudo editar la serie de relatos homoeróticos Eros-iones (2001). Desde mayo de este año también es el director del cineclub Diferente, nombre que recuerda a la película española de Luis María Delgado, primera producción que aborda el tema gay durante el franquismo. Dedicado a la relación del cine y la diversidad sexual, el cineclub fue creado con el apoyo del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) durante las jornadas alrededor del 17 de mayo de 2007, Día Internacional Contra la Homofobia. Pero recién durante 2008 el cineclub se convirtió en una actividad con regularidad mensual, la única orientada a las personas glttbi en Cuba, que se volvió relevante porque en los debates que siguen a las películas se visibilizaron muchas personas, entre ellos muchos funcionarios culturales, según explicó Padrón. Diferente expande durante el año las funciones del Festival de Cine de La Habana, que históricamente es una zona liberada para la programación de películas que no pasan por ninguna censura, y donde las de temática glttbi son los hits instantáneos de boletería.

Esta actividad cineclubista es posible gracias a la aprobación y el apoyo de Mariela Castro Espín, hija de Vilma Espín y Raúl Castro, y directora del Cenesex, quien apoya iniciativas contra la homofobia, pero todavía se encuentra con mucha resistencia, enfrentándose con las concepciones machistas que subsisten en la sociedad cubana. En principio, un problema mayor es la poca o casi nula visibilidad de las lesbianas, que incluso enfrentan el problema de la subsistencia como parejas porque, a diferencia de los gays, todavía está mal visto que dos mujeres vivan juntas (además de que la visibilidad lésbica en los medios es casi nula, la primera película cubana sobre un tema lésbico es el mediometraje Leo y Julita, filmada recién en 2004 por Ana-María Reyes Sánchez). Igualmente, Mariela Castro persiste con sus ideas en relación con la diversidad sexual: este año están previstas y autorizadas las primeras operaciones de reasignación sexual en la isla, realizadas por médicos locales que fueron instruidos por especialistas belgas. La situación trans está cambiando un poco: algunas travestis pueden optar por otros trabajos sin estar obligadas a la prostitución, como muestra el documental Ella trabaja de Jesús Miguel Hernández Bach. Incluso, Kirian se convirtió en una actriz que encuentra de a poco su camino, actuando en varias películas y empezando a ocupar un lugar destacado en la cultura habanera.

Aunque todavía en un estado embrionario, el proyecto más arriesgado de Mariela Castro es tratar de lograr, como dijo en una entrevista reciente a una radio de Miami, que “en las uniones consensuales de homosexuales se tengan los mismos derechos que en la de los heterosexuales, en vez de hablar de matrimonio estamos hablando de unión legal”. Sería casi un milagro que Cuba sea el primer país latinoamericano que lo logre.

Trilogía Cubana
Xavier-Daniel Gómez Vila es catalán, crítico y cineasta, y fue uno de los tantos exiliados políticos en Francia durante el franquismo. Su primer viaje a La Habana fue en 1998, para asistir al Festival de Cine de La Habana. En la puerta de un sala, mientras esperaba una función de Dioses y monstruos, película sobre la vida del director gay James Whale, conoció a un joven cubano estudiante de cine, Alejandro Viera. Se enamoraron de inmediato, pero Alejandro estaba en pareja y las distancias no hacían las cosas fáciles. Los años y una larga relación epistolar algo accidentada, con cartas que nunca llegaban, hicieron que se pudieran juntar en Cataluña gracias a una beca de estudio de Alejandro. Y hoy juntos forman un matrimonio con tres años de casados gracias a la Ley Zapatero. Y aunque viven en un pueblo de 40 habitantes entre las montañas, y no tienen al alcance los beneficios de las grandes ciudades, Alejandro no piensa volver a Cuba; de hecho, cuando visita a su familia apenas puede tolerar por unos días el panorama desolador de su país. Xavier y Alejandro, además, en sus vueltas a Cuba empezaron a filmar secretamente, entre 2000 y 2003, una trilogía documental sobre la diversidad sexual en la isla. La primera entrega se basaba en Gladys, la madre de Alejandro, que cuando su hijo le dijo que era gay, ella le reveló que era lesbiana: un raro caso de doble salida del closet. La posibilidad de encontrar lesbianas en Cuba que estén dispuesta a hablar frente a cámara es muy difícil y éste es uno de los pocos documentales que lo lograron. Xavier comenta, además, que a él le hubiese gustado que su propia madre fuese lesbiana, pero ahora, por lo menos, tiene una suegra lesbiana. La segunda entrega de la trilogía estuvo dedicada a la santería, importante en la tradición cultural cubana, en un documental que descubre que la homosexualidad es muy importante en la fundación de la santería isleña. Y el tercer testimonio documental está dedicado a Omar, un bailarín de 82 años que fue encarcelado (falsamente) por corrupción de menores, como excusa para castigar su visibilidad homosexual, delatando el funcionamiento homofóbico de la justicia. Filmada como necesidad personal del director Xavier y su guionista Alejandro, con el fin de retratar un entorno cultural muy oculto, al mismo tiempo que intenta buscar las raíces y las formas de subsistencia de la diversidad, esta trilogía debería ser enriquecedora para la cultura cubana. Sin embargo, está prohibida en Cuba, nunca pudo exhibirse públicamente, y señala cómo la censura oficial sigue tratando de limitar el acceso a la verdadera diversidad cultural de los habitantes de la isla.

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