2009/01/09

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  • El primer mesías gay
  • Sean Penn brilla en el papel de un político americano homosexual de los 70 en ‘Mi nombre es Harvey Milk’
  • El Periódico de Catalunya, 2009-01-09 # Nando Salvà
Probablemente sepa usted más bien poca cosa del protagonista de la más importante de las novedades cinematográficas de esta semana y, a menos que tuviera oportunidad de ver el oscarizado y buenísimo documental The times of Harvey Milk (1984), no se le puede culpar por ello, ni siquiera si consideramos que, de no ser por su prematuro y trágico final, a Milk podríamos considerarlo un precedente de Barack Obama. Elegido concejal de San Francisco en 1978 –y convertido así en el primer hombre abiertamente gay que detentó un cargo público en EEUU–, solo 10 meses después de ser pionero mutó en mártir por obra de su colega Dan White, que le pegó cinco tiros. Hasta entonces, Milk no destruyó el armario, pero sí hizo posible que muchos gais salieran de él. Se erigió, pues, en un defensor de los derechos civiles alineado con Martin Luther King y Bobby Kennedy. ¿Alguien se sorprende de que los tres acabaran igual?

La dimensión simbólica de Milk se renueva ahora, gracias al estreno de Mi hombre es Harvey Milk, con la que el director Gus van Sant fusiona dos etapas diferenciadas de su carrera. A finales de los 90, Van Sant flirteó con el cine mainstream SEnDEl indomable Will Hunting, Descubriendo a Forrester–, tanto que muchos llegaron a preguntarse en voz alta si el fundador del new queer –cine indie homosexual de principios de los 90– se había vendido. En respuesta a ello, encadenó una serie fílmica profundamente personal, pura experimentación de vanguardia, formada por Gerry, Elephant, Last days y Paranoid Park. Y ahora, Van Sant ha combinado una narrativa lineal ortodoxa con un tema que de verdad le importa.

El barrio de Castro
En cualquier caso, que quede claro que Mi nombre es Harvey Milk es una de sus obras más convencionales. Que también sea una de las más incontestables se debe en parte al actor Sean Penn, que apunta al Oscar por su actuación. No ha ganado o perdido toneladas de peso, pero a base de sencillos cambios en la postura, la expresión facial y la voz desaparece en su personaje, en su pelo gracioso y su ropa barata, su feroz lealtad a sus amigos y su rabia ocasional y un provocativo sentido del humor. Esta última, precisamente, fue la gran arma de Milk para abanderar desde el mítico barrio de Castro y por todo San Francisco la lucha contra quienes entonces se empeñaban en tratar a los gais como ciudadanos de segunda clase y que hoy han resultado tener herederos. Hace tres décadas, Milk logró el apoyo del presidente Carter para revocar la Proposición 6, que trataba de prohibir a las personas abiertamente gais trabajar en el sistema escolar de California. El pasado 4 de noviembre, el mismo día que Obama era elegido presidente, ese mismo estado aprobó la Proposición 8, que prohíbe allí los matrimonios homosexuales. Milk no se habría quedado con los brazos cruzados. ¿Qué hará Obama?

‘El hijo de Rambow’
De entrada, debería ver Mi nombre es Harvey Milk, y comprendería, además, que no solo habla de los homosexuales. Considerar lo contrario supone tan garrafal error como encorsetar El hijo de Rambow, quizá el más destacable del resto de estrenos, con la etiqueta cine infantil. En realidad, esta marcianada va destinada ni más ni menos que a todo aquel que fue niño alguna vez, y que entonces soñó cambiar su vida por la de alguno de sus héroes de película.

Tipos de moral impoluta que triunfaban sobre el mal y se quedaban con la chica, como el que Daniel Craig interpreta en Resistencia, que solo sobre el papel está basada en un episodio real de la lucha judía contra los nazis durante la segunda guerra mundial, porque, en el fondo, su verdadera fuente de inspiración es el libro de recetas de Hollywood. A Quarantine, en cambio, no se la puede acusar de no respetar su modelo: la fidelidad a [REC], el gran (y aterrador) triunfo comercial y artístico de Jaume Balagueró y Paco Plaza, es lo más destacable de un remake que será lo mismo, pero aun así no es igual: falta el misterio. También hoy se estrena la comedia Bienvenidos al Norte, la película más taquillera de la historia en Francia. ¿Por qué? Ahí sí que hay misterio.

  • Crítica de Quim Casas:
  • 'Entre lo documental y el 'biopic' exaltado '
¿Cómo situar Mi nombre es Harvey Milk en la obra de Gus van Sant, un cineasta que va de la independencia más visceral al cine comercial hollywoodiense para volver a sus raíces y, ahora, hacer otro amago de inserción en la gran industria, aunque sea a través de la biografía de alguien que fue, precisamente, un feroz defensor de la independencia y la libertad?

Harvey Milk revolucionó la homosexualidad en la puritana sociedad estadounidense de los años 70. Y no lo hizo en el sentido en que podríamos aplicar el término de revolución gay a personajes como Divine, en Estados Unidos, y Ocaña, en el ámbito barcelonés. No. Milk optó por la vía política, se presentó varias veces a concejal del ayuntamiento de San Francisco y no cejó hasta que fue elegido, tras varias y dolorosas derrotas en las urnas. Después, con el apoyo del alcalde liberal de la ciudad, George Moscone (encarnado por Victor Garber, el padre de Sydney Bristow en Alias), puso en marcha una serie de propuestas que convirtieron a San Francisco en un edén combatido con saña por la extrema derecha estadounidense.

Milk luchó básicamente contra la intolerancia, y por eso en sus primeros pasos hacia el triunfo político supo aliarse con todos los sectores marginados fuera cual fuera su orientación sexual, desde la clase obrera hasta la tercera edad. Van Sant lo subraya específicamente, como si quisiera distanciarse de una única lectura de su filme como reivindicación de una figura clave en la evolución de las libertades sexuales.

El Milk que interpreta generosamente Sean Penn, sin estridencias, sin afectación, con los tics justos, es un luchador por las libertades en general. De ahí su carácter mesiánico, ese toque molesto que a Van Sant parece no importarle demasiado: la película empieza como un documento crudo y amargo –con excelente mezcla de escenas de ficción e imágenes de archivo sobre una violenta redada policial en un bar gay– para convertirse gradualmente en un biopic más ortodoxo y de plena exaltación hacia el personaje biografiado.

Mi nombre es Harvey Milk es más interesante por lo que propone como reconstrucción de un estado de ánimo colectivo que en el dibujo de sus personajes principales. Los que permanecen a la sombra de la historia están bien dibujados: el amante de Milk interpretado por James Franco, por ejemplo. Otros, decisivos, no están dramáticamente tan conseguidos: es el caso del político republicano y reprimido (Josh Brolin) sobre el que bascula la última parte del filme. Sin embargo, la recreación del barrio de Castro como paradigma de las libertades perdidas y finalmente reconquistadas resulta encomiable. En su aspecto más documental, que lo tiene, la película de Van Sant resulta un buen logro, aunque se quede en una zona intermedia entre las obras más radicales del director –Gerry, Elephant, Last days o la aún inédita en España Paranoid Park– y aquellas en las que quiso demostrarse a sí mismo que podía trabajar para los grandes estudios, con resultados tan toscos como los de Descubriendo a Forrester.

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