- El veraneo de los García Lorca
- Valderrubio, la Huerta de San Vicente, Málaga, Nerja y Lanjarón fueron los escenarios en los que discurrieron los estíos de la familia del poeta granadino
- Sur, 2009-08-17 # Juan Luis Tapia
Los veranos infantiles y de una primera juventud de Federico se encuentran situados en la vega de Zujaira, en la localidad de Valderrubio, en aquellos años llamada Asquerosa. «Nuestros veranos -relata Isabel- empezaban al acabarse las fiestas del Corpus Christi con el trueno gordo, que era un tremendo cohete con el que terminaba el castillo de fuegos artificiales. Entonces nos íbamos todos al campo, porque era el momento de recoger la cosecha de trigo y mi padre era el labrador. Allí estábamos hasta principios de agosto».
Las estancias en esta población vecina de Fuente Vaqueros -algunas hipótesis defienden que García Lorca nació en Asquerosa- sirvieron de inspiración al joven poeta para desarrollar posteriormente algunos de sus versos y obras dramáticas. Valderrubio, en palabras de la hermana pequeña de Federico, «es un pueblo de contrastes, pues una parte está en el secano y la otra al borde de la última acequia grande que riega la vega». Esta dualidad entre el secano y el regadío se reflejará en el carácter de las gentes del lugar, un espacio en el que se habla del regadío y del secano, «algo que se refleja muy bien en 'Bodas de sangre'».
Fuente de inspiración
En Valderrubio, muy próxima a la gran casa de los García Lorca -hoy convertida en un museo- residía un zapatero, cuyo local e historia pudo inspirar una de las obras más conocidas del poeta, 'La zapatera prodigiosa'.
Entrar en la casa de los García Lorca en Valderrubio es como viajar al interior de 'La casa de Bernarda Alba', el drama por excelencia del poeta, aunque la verdadera vivienda en la que se desarrolló la historia versionada por Federico se encontraba muy próxima a la suya, hoy prácticamente en ruinas. «En este pueblo -escribe Isabel- nuestra casa era grande, llena de recovecos, con escalón alto a la entrada. No recuerdo los muebles, sí que había muchas sillas con el asiento de enea y una palma estilizada como espaldar, pintadas de negro, que me llevaban a la escena del duelo de 'La casa de Bernarda Alba'». Los García Lorca disfrutaban en Valderrubio de una vida «monótona y sencilla» y practicaban el deporte español por antonomasia en época veraniega: la siesta, pero con cante flamenco.
En esas horas de sopor, «todo se paralizaba». Los cuatro hermanos -Federico, Francisco, Concha e Isabel- se encerraban después de comer en una sala «grande y fresca donde había cuatro mecedoras».
Isabel recuerda que Federico «tocaba la guitarra y cantábamos; no las canciones populares que él después recogió; eran las canciones cultas de los cancioneros de los siglos XV y XVI». «No sé lo que durarían estas 'siestas cantoras' -prosigue en sus memorias- a las que tanto debo y que tanto han influido en mi educación musical».
Tras estas sesiones, los hermanos se retiraban a sus respectivos cuartos. «Todos estaban encalados con el techo pintado en un azul fuerte, como si se quisiera meter el cielo dentro, menos el de Federico que, por voluntad propia, estaba pintado de un tono violeta. Se llevaba lo que él llamaba 'café iluminado', y entreabría su ventana para que sólo cayera un chorrito de luz sobre sus cuartillas. Escribía mucho en las primeras horas de la tarde».
La hermana del poeta rememora que, tras la siesta y ese 'café iluminado', «se iba al río con papel y lápiz a seguir escribiendo». «En aquel paraíso entre las alamedas del 'río discreto', que es el Cubillas, se pasaba horas escribiendo. De allí procede casi toda su poesía juvenil», añade Isabel.
En 1925, los García Lorca compran la Huerta de San Vicente y cambian la vega de Zujaira por la más próxima a la ciudad de Granada. Nada más escuchar el 'trueno gordo' se trasladaban de la casa de la Acera del Casino a una residencia veraniega, que se encontraba allá donde concluían los 'callejones de Gracia', viviendas situadas en la periferia de la ciudad. Atrás quedaron las 'siestas cantoras', los paseos por el campo abierto y los juegos y amistad con los niños de Valderrubio. Según Isabel, el cambio a la Huerta de san Vicente coincide con el del estilo de Federico, quien abandonó los grandes temas religiosos.
Costumbres fijas
Durante su estancia en la Huerta era muy raro que el autor desayunara. «Se levantaba muy tarde porque trabajaba muchísimo de noche. Desde las tres y media o las cuatro que se subía a su cuarto con su 'café iluminado' allí estaba, leyendo o escribiendo, hasta la hora de cenar. Después se iba al café Alameda hasta bien entrada la noche, vamos a decir las dos o las tres de la madrugada», narra Isabel. Una vez que llegaba el poeta, abría el balcón, echaba la persiana y se ponía a escribir hasta que entraba la luz; cerraba le balcón y entonces se dormía.
Los veranos de la Huerta de San Vicente tenían la banda sonora del gramófono, en el que Federico ponía muchos discos de música clásica -Bach y Mozart- y de cante jondo con Manuel Torre, la Niña de los Peines y Tomás Pavón.
Aquel espacio de verdor, según las memorias de la pequeña García Lorca, ofrecía una vista maravillosa al apreciarse la sierra, el Albaicín, la ermita de San Miguel y la Alhambra, la torre de la Vela y la muralla de San Cristóbal.
Los hermanos, en algunas de aquellas calurosas noches, cuando Paco y Federico no salían, se sentaban en la amplia terraza, «a veces con jerséis y hasta con mantas», para ver las estrellas en plena oscuridad y jugar a lo que llamaban 'los retratos'. Una de las escenas habituales en las tardes de la Huerta eran las visitas de amigos y familiares, sobre todo de los compañeros del Rinconcillo, entre ellos Manuel de Falla. A todos ellos se les ofrecía uno de los ricos vasos de limonada con yerbabuena, una tradición que permanece en cualquier acto lorquiano.
A pesar de que la Huerta se encontraba muy próxima a la residencia habitual de la familia en la Acera del Casino, los García Lorca hacían una vida completamente distinta e incluso cambiaron el lugar de la misa dominical, a la iglesia del Seminario.
La Huerta de San Vicente siempre es un espacio de recuerdos felices y trágicos para la familia del poeta, un lugar en el que Federico escribió y concluyó algunos de sus poemarios y obras dramáticas más conocidas. También se convirtió en el escenario de la desgracia aquel verano de 1936, el último vivido por los García Lorca.
- Las charlas con los curas en Lanjarón y los baños en las playas de Nerja
El autor granadino hacía vida de balneario y se «reunía por las mañanas con un grupo increíble de gente, muy lejana a él en todo, en el que había varios curas. Pero le debía interesar conversar con ellos porque era punto fijo en esta tertulia, donde era muy querido».
Los García Lorca se alojaban en el Hotel España, «que era entonces el mejor y que estaba muy cerquita del balneario». Las tardes las aprovechaban para dar grandes paseos por los montes de los alrededores. «Las excursiones más largas las hacíamos en recuas de burros, algunas veces por sitios de verdadero peligro».
La familia llegó a conocer muy bien La Alpujarra, que recorrió en automóvil. «Todo esto hacía disfrutar mucho a Federico, que estaba admirándose continuamente y llamándonos la atención a todos para que nos fijáramos bien en la belleza del paisaje», recuerda la hermana del poeta. Las noches estaban dedicadas a las veladas musicales de Federico, que ofrecía improvisados recitales al piano. En una de estas sesiones, cuando el poeta contaba con 18 años, conoció a la bella joven cordobesa María Luisa Natera, quien también tocaba el piano.
Primer amor
Recientemente, el investigador lorquiano Ian Gibson reveló este primer amor del poeta, una joven a la que consideró su novia. María Luisa, quien se casaría en Córdoba, confesó a una de sus hijas, ya en los setenta, que García Lorca había sido su pretendiente.
La localidad malagueña de Nerja fue y sigue siendo en la actualidad uno de los lugares de veraneo preferidos por los herederos del poeta. «Íbamos a la casa de don Alberto Giner, primo de don Francisco Giner de los Ríos y tío de Gloria (quien posteriormente fue la esposa de Francisco García Lorca)», según relata Isabel. El tío de la que posteriormente sería su cuñada compró varias casas, entonces de pescadores, en la calle Carabeo. «Estas casas tenían un huerto sobre el mar, que acababa en un acantilado de unos diez metros de altura», rememora. Federico solía acompañar en el viaje a su padre y hermana, y se quedaba a pasar unos días en Nerja. La familia conserva una casa en Nerja, un espacio de elevado valor sentimental para las García Lorca de los Ríos, las hijas de Paco y Gloria.
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