2009/05/26

> Berria: In memoriam > JOSE-MIGUEL ULLAN, EL ULTIMO CLASICO

  • José-Miguel Ullán, el último clásico
  • ABC, 2009-05-26 # Tomás Cuesta
EL polvo vuelve al polvo, el dolor se disuelve en la cotidianidad castrada. Alguien farfulla entonces: «Pero la vida sigue», sin querer asumir que hasta aquí hemos llegado y no existe más cera que la que arde en las palabras. José-Miguel Ullán se nos murió en Madrid, con aguacero, a deshoras de un sábado. Y la memoria escuece, palpita, va a su aire. Es una herida insomne por la que respiramos a trancas y a barrancas. «Pero la vida sigue...», zurea la salmodia del buen samaritano, mientras la jarca de los heraldos negros -tahúres de un azar inapelable- reanudan la timba y echan a rodar los dados.

«Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios, como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma... ¡Yo no sé!». En ése no saber, la sabiduría arraiga. Ése es un laberinto en el que sólo los muy grandes se arriesgan a expresar lo inexpresable. Vallejo, por supuesto. José-Miguel Ullán, qué duda cabe. Porque, al fin y a la postre, y si de penar se trata, no hay ni medias tintas ni mediocres verdades. O César o nada.

Son tantos los huérfanos de Ullán -tantos los que le aman y los que le desaman- que no hay nadie que pueda hacerse cargo de su inmenso legado. Apostillar, a estas alturas del partido, que era un militante del lenguaje, es un gesto banal, puesto que subrayar lo obvio desluce más que aclara. Asegurar, en cambio, que el idioma español acaba de perder a su postrero clásico es menos evidente si es preciso encararse con los que, a la que te descuidas, tiran del comodín de las vanguardias. ¿Fue vanguardista Ullán? Sin cortarse ni un pelo y a calzón quitado. Pertenecía a la estirpe de Fray Luis, de San Juan de la Cruz, de Góngora, de Villamediana... Un hatajo de excéntricos. Pura -y dura- «avant-garde».

En este país, no obstante, la etiqueta es el hombre y el estilo (o lo que por tal despachan) una zafia fritanga de lugares comunes e impostura impostada. A José-Miguel Ullán, culpable de subvertir lo culto con requiebros canallas, le condenaron al estante de los raros los mismos que, hoy por hoy, fatigan las imprentas con juegos funerarios. ¡El que te entienda que te compre!, pregonaban antaño. Y le compraban poco, claro. Otro gallo le habría cantado si, en su día, no les hubiese hecho probar sus espolones a los canarios flauta.

Allí dónde se halle, resulta tentador imaginarle con los ojos rientes y un brote de ironía a flor de labios: «Ahora sí que a críptico no habrá quién me eche el guante». ¿Tendrá presente aún aquella cita de Desnos con la que sofocaba a los alérgicos a sus oscuridades? «Un analfabeto cree que el alfabeto es el hermetismo por antonomasia». Hablar y no parar. ¿Cómo no recordar el gesto estupefacto del señor director -o sea, ¡¡¡EL DIRECTOR!!!, perdón por la redundancia- que preguntó qué claves utilizaba en los artículos y, a guisa de respuesta, recibió un diccionario?

Lo que llega a pensarse: «Si me encontrasen muerto / sobre el último verso / (que a veces, Amarilis, no se sabe), / ¿qué no dirías?». Que cegaron su boca con la peor mortaja. Que el epílogo ha sido demasiado amargo. Que nunca encontraremos una voz tan cercana. Y, otrosí, que las lágrimas...

¿Las lágrimas? ¡Qué clásico!

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