2009/02/03

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  • Luz en Islandia
  • EL Periódico de Catalunya, 2009-02-03 # Joan Barril
Desde anteayer, la señora Johanna Sigurdardóttir es la primera ministra de Islandia. Recuerdo a otra primera ministra de aquel bello país entre el hielo y el fuego que se llamó Vigdis Finnbogadóttir. Quise retener su apellido hasta que una vecina islandesa me dijo que el sufijo dottir significa sencillamente hija de, o sea una terminación exclusivamente femenina de un patronímico.

Ahora ya es mucho más fácil identificar a la señora Sigurdardóttir, quien, a sus 66 años, se dispone a arreglar en la medida de lo posible la maltrecha situación económica en la que sus antecesores y los bancos han dejado a su país. Se nos muestra a la señora Sigurdardóttir como una mujer que está casada con otra mujer. Se trata, dicen, de la primera primera ministra abiertamente lesbiana. Otros alcaldes y políticos europeos también han decidido no ocultar su condición sexual. Entre otras cosas, porque sus preferencias sexuales no van a determinar su comportamiento político. Para los islandeses, que en el lejano 1940 ya tuvieron a bien anular oficialmente todas las leyes que fueran discriminatorias con los homosexuales, la noticia del nombramiento de Sigurdardóttir es un signo de esperanza. Y no porque sea lesbiana, sino porque probablemente va a gobernar de una manera más eficaz que los heterosexuales que la han precedido.

Algunos han pretendido equiparar la llegada al poder de la nueva primera ministra islandesa con la victoria de Barack Obama. No es exactamente lo mismo. En primer lugar, porque la negritud de Obama era evidente, y formaba parte de un colectivo que durante años fue sojuzgado por la mayoría blanca. No es el caso, pues, de Johanna Sigurdardóttir, pues ha ejercido su carrera política y sindical desde siempre gracias, entre otras cosas, a la inexistencia de prejuicios en Islandia sobre la orientación sexual de su gente.

La insistencia en la condición de lesbiana de la nueva primera ministra islandesa se forja en la prensa y en los valores de culturas que mantienen una corriente subterránea de homofobia. Quizá que ya baste de etiquetar a políticos, artistas o funcionarios por la manera en la que han decidido amar. Lo que en un momento fue un toque de atención respecto de las discriminaciones que sufrían, hoy podría convertirse --a fuerza de trivializarlo-- en un nuevo lastre que arrastre a todo un colectivo, en el supuesto que las cosas no salieran bien. Le deseo toda la suerte del mundo a la señora Sigurdardóttir por el titánico trabajo que le espera. Sé que su causa prioritaria no es el lesbianismo, sino Islandia. Pero si algo se tuerce en su Gobierno, será la causa de mucha gente como ella la que se verá dañada. De ahí la necesaria normalidad con que se debe afrontar la soberana vida afectiva de todos los ciudadanos.

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