2009/10/26

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  • Una visión personal sobre la despatologización
  • Diario Digital transexual Carla Antonelli, 2009-10-26 # Kim Pérez
Queda como principio, entonces, que la transexualidad no es una enfermedad mental. Y estoy de acuerdo con esto yo, que he sufrido una verdadera enfermedad mental, que en su tiempo se llamaba neurosis obsesiva intensa y ahora, trastorno obsesivo compulsivo (fijaos en la palabra trastorno)

Para entendernos, es la manía de lavarse las manos continuamente, que después deriva hacia otros temas, tales como ducharse por cualquier cosa, o agobiarse por contagiar algo a alguien, etcétera

Sé muy bien el sufrimiento que este verdadero trastorno causa. Lo empecé a sentir con unos quince años, calculo, y sólo en la madurez empecé a comprenderlo y controlarlo. Ahora es sólo un residuo que ya, prácticamente, no me molesta.

Pues lo que digo, conforme con todos los que han lanzado este tema de la despatologización, en España la Guerrilla Travolaka y la Acera del Frente. La transexualidad no es un trastorno. La neurosis obsesiva es un trastorno. En todos los sentidos de la palabra. Deseas con toda el alma que se te quite y no paras hasta que lo consigues.

La transexualidad no deseas que se te quite. Expresa tu manera de ser. Los sufrimientos que produce no son por sentirla, sino por las dificultades externas que puedes encontrar para expresar lo que deseas.

En cuanto consigues expresar la transexualidad, por lo común, te serenas y sientes bienestar.

Cuando tienes que expresar, contra tu voluntad, una neurosis obsesiva, sufres.

(Puede ser que creas que la transexualidad te hace sufrir; pero examina bien si las causas de ese sufrimiento son internas o externas; si de pronto, todos los obstáculos, todos, desaparecieran, ¿sufrirías?; pues si crees que sufrirías, escríbeme, por favor)

La consecuencia de que la transexualidad esté patologizada, es que nos pone bajo la autoridad de psiquiatras y psicólogos, porque se supone que ellos saben como tratarnos y curarnos, aunque sea accediendo a nuestro deseo de hormonación y curación.

Pero eso supone, si no estamos trastornados, poner unas de las decisiones más importantes de nuestra vida en manos ajenas. Alguien va a decidir si nos autoriza a cumplir nuestros sueños o no nos deja cumplirlos. Alguien va a decidir por nosotros, va a sustituir nuestra voluntad, y, no lo olvidemos, como transexuales somos personas sanas.

Yo lo soy como transexual, y también estoy sana ya (ya) como antigua paciente de un verdadero trastorno obsesivo. Y no sólo eso, sino que creo que darle vía libre a mi transexualidad fue tan sano, que me ayudó a curar mi verdadero trastorno obsesivo.

Y por otra parte, los psiquiatras y psicólogos no son Dios. Se pueden equivocar. En el fondo, lo que saben de las personas transexuales, es lo que las personas transexuales les hemos explicado. Me he dado muchas veces cuenta, hablando con ellos, de que tenía que explicarles mis sentimientos, que ellos, al no ser transexuales, no podían entender directamente, en sus matices, en su fuerza, en su intensidad. Un psiquiatra o un psicólogo, ante una persona transexual, tiene que oírla, y reconocer que, como es natural, sabe menos de ella que ella misma.

Los psiquiatras y los psicólogos no son Dios, ni siquiera cuando está justificada su autoridad, el saber hacer que da autoridad.

Pero en el caso de la transexualidad, no está justificada su autoridad, porque la transexualidad no es una enfermedad.

En el actual estado de cosas, esto significa un montón de cosas prácticas. Primera de todas, que el protocolo actual de las UTIG está desfasado. Funcionan con un protocolo de diagnóstico (de una fantasmagórica patología) y de autorización (al paciente “paciente”) para vivir su vida.

Por eso, yo llevo años proponiendo que este protocolo se sustituya por otro de reconocimiento de que el usuario, no el paciente, sabe mejor que nadie lo que quiere y por qué lo quiere. Puede ser que necesite aclaraciones, alguien a su lado que le explique lo que pueda ver confuso, pero él es la autoridad sobre sí mismo o sí misma.

Esto, en términos médicos actuales, se llama autonomía y consentimiento informado (pero informado de verdad, no el trámite y la firma que parece que hoy se dan muchas veces)

Muchos usuarios, considerados pacientes, han tenido que sufrir hasta ahora las consecuencias de un régimen de autorización, y por eso los llamo pacientes “pacientes”.

Ah! Y que no se nos olvide! Tenemos que pedir a las direcciones de las UTIG, Unidades de Trastornos de Identidad de Género, que quiten las Tes de sus nombres, sencillamente porque no corresponden a la realidad. No existen tales trastornos.

Puede preguntarse con razón, en la práctica, si la despatologización psiquiátrica de la transexualidad puede afectar a las necesidades médicas de las personas transexuales.

Es decir, si se puede decir: “¿No tenéis ningún trastorno? Pues no hay Seguridad Social. Idos a una clínica de cirugía estética”.

Esto sería confundir las cosas. Precisamente porque somos personas mentalmente sanas, las personas transexuales sabemos que sentimos un “malestar clínicamente significativo” que justifica la atención médica, si es a esa conclusión a la que hemos llegado.

Ese malestar es fuerte porque afecta a nuestra presentación ante los demás, a nuestra vida social desde el principio de esta sociabilidad, la identidad de género. Es comparable (aunque sea más profundo) al que siente una persona que haya nacido con una nariz demasiado grande de verdad. Es un órgano perfectamente sano, pero cualquiera sabe que, si se puede operar, será hacerle un favor a quien lo tenga.

Por ese motivo, que yo sepa, la rinoplastia está incluida en las prestaciones de la Seguridad Social de Andalucía.

Otras veces, esta cuestión se planteará como una batalla técnica. Pero hay que darla, cuando sea necesario. Lo que no se puede es partir de un error, el de que la transexualidad sea un trastorno mental. Porque a un error siguen otros errores, y el principal es el del régimen de autorización. Quien sepa cuáles pueden ser las consecuencias de este régimen, sabrá por qué estamos dando la batalla de la despatologización.

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