2009/07/31

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  • El Diario Vasco, 2009-07-31 # Santiago Eraso
Las violaciones múltiples ocurridas hace unas semanas en Andalucía, ejercidas por dos grupos de niños y adolescentes contra otras dos niñas, no son más que la representación mediática de un problema esencial y profundo de nuestra sociedad.

Lamentablemente, esta «espectacularización mediática» puntual de los hechos oculta una realidad mucho más trágica: la violación y los abusos sexuales son habituales. La mayoría de los actos violentos que los hombres comentemos contra las mujeres no se denuncian. Por tanto, ni se registran ni aparecen en los medios de comunicación. Forman parte de una nebulosa social que impide conocer el alcance real del drama colectivo.

El remedio a esta ancestral lacra, a esta «maldición», pasa por una radical modificación de los modelos culturales sobre los que se ordena el papel de los hombres en la sociedad. Las estructuras ideológicas, los fundamentos sobre los que se asienta nuestra sociedad, «imponen» en los hombres una concepción violenta y agresiva de la masculinidad. Las personas que torturan y violan a otras de igual condición razonan y eligen sus acciones. Por tanto, no están libres de culpa, ni exentos de responsabilidad individual. Sin embargo, también es cierto que los violadores no nacen, se hacen, y por tanto, existe también una corresponsabilidad social.

La solución al problema de la violencia de género, en todas sus acepciones, no pasa tanto por modificaciones legales o incrementos de castigo, como por un esfuerzo individual y colectivo, social e institucional, en inversiones morales y culturales.

Joanna Bourke, autora de dos magníficos libros sobre la violencia Sed de sangre: historia íntima del combate cuerpo a cuerpo en las guerras del siglo XX y el excelente Los violadores: historia del estupro de 1860 a nuestros días nos recuerda que la cultura occidental fomenta una tendencia a vincular sexo con coacción y además genera estereotipos de «hombre supremo» y «héroes guerreros», identificados con una virilidad falocrática. Como dice Susan Brownmiller en su libro Contra nuestra voluntad, un proceso consciente de intimidación por el que los hombres mantienen a la mujeres en un estado permanente de miedo. De ahí que, en muchas ocasiones, el agresor muestre una incomprensible ausencia de culpa, unida a un desprecio absoluto por la mujer y a una inexplicable trivialización del hecho.

La violación representa mejor que nada la crisis de determinada masculinidad. Del mismo modo que las feministas insistieron hace años en que era necesario que las mujeres se unieran para alterar las relaciones de poder opresora, ha llegado el momento de que los hombres hagamos lo mismo.

Retirarnos de un sistema de valores perjudicial hará que podamos amar y ser amados de formas más satisfactorias y, desde luego, mucho más consecuentes con un mundo en el que la violencia sexual haya quedado fuera del umbral de lo humano. Podemos forjar un futuro mejor para las próximas generaciones si somos consecuentes con las obligaciones morales que debemos asumir.

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