2009/05/12

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  • Conocer y aceptar el riesgo
  • Noticias de Gipuzkoa, 2009-05-12
Hay que reconocer que en nuestra sociedad suele ser mayoritaria la actitud de inhibición ante un acto violento. El "no quiero meterme en líos", o el "eso no va conmigo" son razonamientos habituales cuando se presencia una agresión y con frecuencia se hacen públicas filmaciones como la de la paliza de un energúmeno a una joven inmigrante en el metro de Barcelona mientras los viajeros permanecían impasibles. Precisamente por esa generalizada actitud de inhibición, por esa mentalidad individualista y egoísta mayoritaria, son más valiosas y dignas de reconocimiento social actitudes como las del irundarra Juan Pablo Urtizberea, gravemente herido por intentar socorrer a Yasmín Rodríguez , brutalmente acuchillada hasta la muerte por su marido. No todo el mundo tiene madera de héroe, y los casos de Urtizberea y del archiconocido por su repercusión mediática Jesús Neira , lamentablemente, son excepcionales porque no hace falta ser experto psicólogo para suponer que quien está ejerciendo una violencia de género extrema no solamente lo hace guiado por una ira momentánea, sino que agrede a la mujer con un sentido de la propiedad que se revuelve contra todo el que se interponga en su violencia posesiva. El conocimiento de ese riesgo hace aún más meritoria la intervención de los que, sin pretenderlo, son un ejemplo para toda la sociedad. Los ejemplos de Urtizberea y Neira son resultado de situaciones extremas a las que voluntariamente se expusieron aun sin prever las graves consecuencias que se derivaron, y quizá sean estas consecuencias las que retraigan a otras personas menos audaces. Sin embargo, es absolutamente necesario actuar ante una agresión semejante aunque sólo sea denunciando la situación al 112 de emergencias. La violencia de género, por desgracia, no se gesta en la vía pública sino en el espacio de las cuatro paredes domésticas, paredes que casi siempre oyen, de forma que con frecuencia los vecinos son testigos de esa violencia. Los vecinos, que probablemente no son héroes, no arriesgan nada si denuncian a tiempo esa violencia soterrada de la que son conocedores. Intervenir para evitar la violencia de género depende de cada persona y de cada circunstancia, pero lo que no cabe es mirar para otro lado.

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