2009/03/24

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  • Genio y figura, trajes y hechuras
  • El bailarín y cantante malagueño rompió con las convenciones sociales de la época. Su imagen fue mancillada por sus guiños a la ambigüedad
  • El País, 2009-03-24 # Roger Salas
La figura del artista Miguel de Molina siempre será controvertida y tendrá puntos oscuros tanto en su biografía como en la larga sombra de su herencia artística. Él mismo contribuyó en gran medida a establecer para el futuro cierta mitificación de algunos momentos álgidos de su trayectoria, y en otros casos, la destrucción documental y los accidentes o avatares de la historia han pasado un rasero dramático y cruel que hace muy difícil ser riguroso en lo historiográfico y mucho más difícil en lo artístico, en su casi truncada carrera de bailarín, que es lo que intentó denodadamente en una etapa temprana de su trayectoria.

En la génesis de la estampa de Miguel de Molina está el bailarín. No hay más que ver una foto suya, el poso del baile está siempre en la esencia de su dibujo.

Me he atrevido a decir más de una vez que Miguel de Molina, voz aparte, era un bailarín nato. Su sentimiento vital hacia la danza le pone en una categoría especial, que entronca con esos artistas multidisciplinares de hoy y que pueblan los carteles de los musicales.

El teatro musical de esencia española le debe mucha iconografía. Es evidente que con el desarrollo de su personalidad escénica y su carrera profesional, en Miguel de Molina la figura del cantante se impuso a la del bailarín, si bien es precisamente la danza escénica española la que más contribuye a dibujar su estampa o perfil estético, su línea de actuación y el desarrollo de su estilo tanto en lo gestual como en lo plástico.

Hoy nos resulta paradójico y hasta enigmático, cómo en la sociedad de aquellas décadas se aceptó y triunfó una imagen artística que rompía completamente con las convenciones, que estaba destinada a ser rechazada y mancillada con sus valientes y osados guiños a la ambigüedad, al exceso decorativo y al abono de la leyenda.

Pero antes de que llegara el horror, Miguel de Molina conoció la gloria, y ahí está inserto su debut como bailarín.

En un breve periodo que abarca de 1931 a 1934 -y que son años decisivos para la cristalización del género llamado "ballet español"- Miguel de Molina bailó dos veces El amor brujo en el teatro Español. Una vez encarnando el papel de Carmelo con Laura de Santelmo y el mismísimo Manuel de Falla dirigiendo la orquesta.

Y después junto a Antonia Mercé La Argentina donde asumía el más expresionista rol del Espectro; ahí compartía escena con Vicente Escudero -que hacía Carmelo- y con la gran Pastora Imperio.

De esta gesta, hay pocos pero valiosos documentos gráficos y el caso es que tales acontecimientos son, sin duda, grandes hitos de su descollante personalidad.

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