- “Mi nombre es Harvey Milk”: Activismo contundente
- La Butaca, Opinión, 2009-01-11 # Jordi Revert
La capacidad discursiva de Van Sant brilla aquí con más fuerza que nunca, elaborando un relato apasionante, desde el primer hasta el último plano, que goza de una contextualización brillante en la San Francisco de los 70. En este contexto encontramos un protagonista como Harvey Milk (Sean Penn), cuya biografía es ajustada entre dos puntos que van desde su decisión de dar un giro radical en su vida hasta el día de su muerte. La inteligente acotación del personaje se revela como uno de los aciertos de la cinta, desde que nos remite únicamente a los episodios decisivos del mismo en el importante papel que iba a ocupar como activista y defensor de los derechos de los homosexuales. Desde esta perspectiva, seguimos a Milk en los primeros pasos de un activismo que Van Sant compone no sólo a partir de un guión sin fisuras y un pulso que no deja margen al decaimiento, sino también con un alarde de recursos que tan pronto integra material de archivo como utiliza pantallas a todo color para lanzar las contundentes promesas electorales de las campañas de Milk.
“Mi nombre es Harvey Milk” resulta tan valioso como filme explicativo del nacimiento del movimiento gay (por momentos lo ficcional parece diluirse con lo explícitamente documental) como retrato de un tiempo y lugar fuertemente determinados por las convulsas circunstancias políticas. En este sentido, la obra de Van Sant es toda una lección de cine político, creíble y fascinante en gran parte por culpa de unos personajes en su mayoría bien definidos e interpretados. No hay elogios suficientes para un Sean Penn que vuelve a demostrar que es uno de los más grandes intérpretes en la actualidad, ofreciendo un recital de control de la gestualidad y esquivando el amaneramiento excesivo que hubiera dado, en muchos casos, con una falta de empatía por parte del respetable. A su alrededor, James Franco sigue confirmándose como una de las mejores estrellas jóvenes, imponiéndose sin muchas dificultades ante un Diego Luna cuyo papel pasa por ser el menos cuidado. Mención especial merece Josh Brolin, tan convincente cuando desempeña papeles protagonistas (“No es país para viejos”) como cuando incorpora personajes secundarios como aquí el de Dan White.
Nos encontramos ante una de las películas más interesantes del año: emotiva, contundente y brillante en su línea discursiva. Pese a lo impredecible de un cineasta como Gus Van Sant, uno no duda, tras ver “Mi nombre es Harvey Milk”, que el director atesora un gran dominio del lenguaje cinematográfico y que no se queda atrás a la hora de guiar a su elenco. Ojalá en el futuro nos siga entregando ejemplos tan notables como este.
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