2009/05/04

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  • Mascarillas y condones
  • El País, 2009-05-04 # Gonzalo de Miguel Renedo
Las imágenes plagadas de mascarillas que se reciben de México, a propósito de la nueva gripe o gripe A, me llevan a preguntar una cosa: ¿se pondrían Benedicto XVI o la presidenta del Parlamento vasco una mascarilla para luchar contra el contagio del virus? Es una pregunta de respuesta sencilla: sí o no. Es posible que el primero nos contestara con la última salida del presidente mexicano, Felipe Calderón, y pidiera a la ciudadanía que la mejor prevención pasa por quedarse en casa con la familia, el que la tenga, claro.

Y digo que es posible esa respuesta porque el Papa, mutatis mutandis, ya exige esa medida para combatir el sida, una auténtica pandemia asesina que azota a nuestro planeta por todos sus flancos. Y me hago otra pregunta: ¿qué pensaríamos de alguien que pretendiera imponer a personas con peligro de ser infectadas por un virus letal que prescindieran de una inocente mascarilla, basándose en su porosidad y en que no garantiza una neutralización absoluta del mal que trata de prevenir? La nueva gripe no supone, al menos hoy, ni una milmillonésima parte de la amenaza que representa el sida para la vida humana, pero si mañana un brujo cualquiera reclamara al mundo que renunciara a una simple protección por no sé qué razones morales, no dudo que sería tachado de loco al momento.

Cierto que no le faltarían fieles adeptos que se tragarían su mandato lo mismo que no falta quien se traga la parodia creacionista. Si Darwin con sus pruebas aplastantes no convenció a todos de la evolución, como para hacerlo una simple mascarilla, y, además, porosa. Gracias a Dios o gracias a nadie, nadie ha osado todavía negar su poder de preservación a la mascarilla, pero ello pudiera ser debido, no seamos ilusos, a que no hay que ponérsela en las partes porcinas, como las llamaría Chumy Chúmez.

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