- Dentro de la secta del odio
- "No estaba permitido hablar o mirar a una persona del sexo opuesto, salvo a tu padre, a tu hermano o a tu marido". Los cuerpos de Salam y Rachid aparecieron atados de pies y manos. Estaban semidesnudos y los habían torturado. "Las mujeres usaban 'burka'. La lista de castigos, interminable. Menos en la cara, se nos podía golpear". Nueve meses después de su asesinato, las autoridades marroquíes no han detenido a ningún sospechoso
- El País, 2009-04-05 # José María Irujo
Durante un año, los ojos negro azabache de Fátima Mohand Abdelkader no se cruzaron con los de ningún hombre que no fuera su padre o el dirigente de la secta Takfir Wal Hijra (Anatema y Exilio), que la captó y aleccionó en el barrio musulmán de La Cañada, el más deprimido y abandonado de Melilla. Tras dejar sus estudios, rezaba en casas abandonadas, alejada de las miradas mundanas, vestía de negro, cubría sus cabellos y meditaba taparse con el pudoroso burka que su maestro le ofrecía una y otra vez. Sus amigas ya lo habían hecho.
A Fátima, que entonces tenía 16 años, se la tragó la tierra. Huyó de su novio y su familia y se entregó al servicio de la secta más clandestina y radical del yihadismo, la que odia a los musulmanes que no piensan como ellos, la que permite robar a los infieles y disfrazarse para no despertar las sospechas de los servicios de inteligencia. Un restringido y peligroso club del odio que cuenta con ácolitos en La Cañada y en el vecino barrio marroquí de Farhana, a tiro de piedra de la valla que separa España de Marruecos.
Salam Mohand Mohamed, su novio y ex miembro de la secta, fue el único capaz de sacarla de las garras de los takfiris, la corriente a la que pertenecían Mohamed Atta, el jefe de los suicidas del 11-S, y varios de los autores de la matanza de Atocha en Madrid. "Elige. O ellos o yo", le espetó el muchacho el pasado verano. Fátima dejó el grupo y a partir de entonces su vida fue un infierno. "Recibí toda clase de amenazas y presiones para que dejara a mi novio y para que volviera", confiesa ahora.
El pasado 8 de julio, su novio Salam fue secuestrado y torturado en Farhana, justo el día antes de que ambos se marcharan a Barcelona para iniciar una nueva vida y escapar de las miradas inquisidoras de los miembros de la secta que les llamaban "musrikin", los que atribuyen divinidad a otros además de Dios. El cadáver de Salam, de 21 años, fue descubierto semidesnudo y atado de pies y manos en un bosque en Buyafar (Cabo Chico), en territorio marroquí. Su rostro, cara y genitales estaban quemados con fuego, según la autopsia del Instituto de Medicina Legal de Melilla. Junto a él estaba el cuerpo de Rachid Chaib, un chico melillense de su mismo barrio que le acompañaba. Tenía lesiones similares y un disparo en la cabeza. Fátima acusa a los miembros de la secta y desvela a EL PAÍS los detalles del adoctrinamiento al que fue sometida por los radicales islamistas.
El primer contacto de Fátima con la secta que le aisló del mundo se produjo en La Cañada, su propio barrio, el lugar elegido por los grupos salafistas y takfiris para captar a sus acólitos. En este barrio musulmán se levantan centenares de viviendas ilegales y acumulan récords de paro y fracaso escolar. Algunos jóvenes viven del trapicheo y del tráfico de hachís. "Me juntaba con las niñas mayores del barrio. Yo iba con minifalda y camisetas de manga corta, pero empezaron a advertirme de que me tapara cuando fuera a verlas. Me decían: '¡Eres una chica! Tápate si quieres venir con nosotras'. Les hice caso porque eran mis amigas del colegio. Ellas entonces llevaban chilaba e hiyab".
Ese verano Fátima recibió la invitación para acudir junto a sus amigas a una casa abandonada. Le anunciaron que un ilustrado iba a hablarles del islam. "Dirigía la reunión el hermano de una de las chicas. Al principio te hablan de algo bonito y bueno. Te hablan de Dios, de lo que esperan de ti, de lo que te puede dar. Yo sólo tenía 16 años y todo aquello me gustó".
Las reuniones se hicieron periódicas y las reglas quedaron claras desde el primer día: "Él nos preguntaba a nosotras. Nosotras no podíamos preguntar sobre nada mundano, sólo acerca de dudas relacionadas con el islam. Allí me leyeron las normas básicas de la secta: no podía comer carne que no fuera sacrificada por ellos; estaba prohibido escuchar música, ir al cine o ver la televisión; no estaba permitido hablar o mirar a los ojos de una persona del sexo opuesto, salvo a tu padre, a tu hermano o a tu marido. Tus ojos no debían cruzarse nunca con los ojos de un hombre. Tenías que bajar la vista y mirar al suelo; tenías que vestir de negro o de colores oscuros, cubrirte la cara y usar guantes hasta los codos. Las mujeres de los miembros de la secta usaban burka y nos animaban a usarlo".
Fátima retiró en un armario sus camisetas y minifaldas ceñidas. "Empecé a vestirme de negro, aunque no me tapaba ni la cara ni las manos. Algunas lo cumplían todo y otras no. Entonces éramos seis chicas, y yo la más pequeña. Me sentía bien, pensaba que seguía la verdad, que hacía algo bueno. Dejé los estudios, aunque tenía ilusión de hacer el bachillerato, pero ellos no aceptaban que estudiara. Eso suponía mezclarse con mucha gente y no les gustaba nada".
Sus padres y Salam, el novio de Fátima, descubrieron pronto que había caído en las garras de los takfiris que deambulan por las empinadas calles de La Cañada, en el corazón de Melilla, una ciudad de 71.000 habitantes con la mitad de la población musulmana. La chica se negaba a sentarse a comer en su misma mesa, escondía su rostro y se encerraba en su habitación. Rezaba cinco veces diarias sobre una pequeña alfombra y no les dirigía la palabra. Salam había pertenecido a la secta y conocía el interés de sus dirigentes por Fátima. "La querían porque es una joven muy inteligente y pensaron que sería ideal para captar a más gente", confiesa un joven del barrio que pide se omita su nombre.
"Rompí la relación con mi chico por esta gente. Era incompatible estar con ellos y tener un novio. Me decían: 'Si quieres estar con nosotros, tienes que apartarte de todo'. Nadie es musulmán excepto ellos. El mundo se divide en creyentes y no creyentes, no hay judíos ni cristianos. El que no pertenece a la secta es un perro. Cuando alguien que no era del grupo pasaba delante de nosotros, ellos musitaban: 'Míralos, son peor que perros'. Al principio me impresionaba, luego pensaba como ellos", reconoce.
Los takfiris de Melilla y de la vecina ciudad marroquí de Farhana visten ropa occidental, no llevan largas barbas y usan deportivas. La clandestinidad es la obsesión principal de esta secta establecida en Melilla de la mano de un radical marroquí que apareció en La Cañada como caído del cielo. Un tipo que ha desaparecido de la misma forma que llegó. Todos los imanes de las mezquitas melillenses son marroquíes, pero los takfiris huyen de las mezquitas como de la peste. "Dicen que están llenas de malos musulmanes y vigiladas por la policía. Odian a los imanes y les llaman corruptos", asegura Mohamed, un joven del barrio.
Fátima tampoco pisaba las mezquitas de La Cañada. Las chicas rezaban en la casa abandonada, y los chicos, en el monte durante la noche y sin testigos. Siempre separados. Hombres y mujeres no pueden rezar juntos. "Sólo se ponían chilabas cuando rezaban a escondidas. Deberían usarlas, pero vestían al revés. Un día les pregunté: ¿Nos pedís que nos pongamos el burka y vosotros vestís como queréis? Y me respondieron: 'Lo hacemos para que no nos sigan la pista, para que la policía no se fije en nosotros'. Pero sus pantalones cortos, a veces, los delatan: "Decían que no pueden bajar de los tobillos. Que más largos son impuros".
Los primeros libros que recibió Fátima trataban sobre la mujer: la mujer en casa, la mujer con el marido, los deberes de la mujer. Un compendio en apariencia ilustrado de sumisión y vejación absoluta hacia las mujeres. "Su mensaje se resumía en que se puede maltratar a la mujer, se le puede golpear, pero nunca en la cara ni en las manos. Me hablaban de una mujer sumisa que no replica, que no responde jamás a su marido. La lista de castigos hacia la mujer era innumerable. Un día me rebelé y les dije: 'A mí no me pega nadie".
Irak y Afganistán eran el hilo conductor de muchas conversaciones clandestinas: "Si realmente fuéramos hombres, estaríamos allí ayudando a nuestros hermanos", repetían a veces delante de las mujeres. "De la yihad hablaban menos en nuestra presencia porque no se fiaban. Nosotras no podíamos opinar sobre nada", recuerda Fátima.
La joven pasó de la sumisión a la rebeldía. Su novio la reclamaba y comenzaron a verse en secreto. "Nos veíamos a escondidas. Nunca me recogía en casa, pero pronto nos descubrieron y comenzaron las críticas. 'Has vuelto con ese traidor; te hemos visto bajar de su coche. No tienes vergüenza'. Yo mentía y negaba". Les molestaba más porque Salam se había ido de la secta y ahora se llevaba a una de sus más fieles y prometedoras seguidoras, afirman varias personas del entorno de la pareja. "Son takfiris, el que entra a su grupo ya no sale", asegura Mohamed, un joven del barrio que asegura conocerlos.
Fátima decidió cortar con la secta. ¿Qué pasa con Fátima que no viene? ¿Está enferma? ¿Alguien sabe dónde para? Las preguntas de los jefes de la secta corrieron de boca en boca a ambos lados de la frontera, en especial bajo los burkas de algunas amigas y compañeras de colegio de la joven melillense que habían contraído matrimonio con miembros del grupo. "Empezaron los rumores de que nos íbamos a Barcelona a casa de la madre de Salam. Queríamos irnos para escapar de esta gente y de La Cañada. Hicimos trámites para casarnos en el juzgado".
El pasado julio, Fátima y su novio, Salam, ex miembro del Ejército, charlaban sentados en la puerta de su casa. Ella había vuelto a vestir como antes, ya no se tapaba, y llevaba semanas alejada de la secta. Dos takfiris pasaron en coche y les lanzaron miradas inquisidoras. Salam le dijo a Fátima: "¡Mira como te miran tus amigos!". Poco después, un pitido del móvil de Fátima le anunció la recepción de un mensaje: "Nos ridiculizas con tu actitud. Nos avergonzamos de ti", rezaba el texto.
El 8 de julio, Salam apareció en casa de Fátima. El chico había pasado la semana preparando su Volkswagen Golf VR6 de cristales tintados. Le apasionaban los coches y quería tenerlo a punto para su marcha a Barcelona. "¿Quieres un bocadillo?", le preguntó Fátima. "No. Tengo un encargo que hacer en Farhana. Me han llamado para ir a recoger un dinero y me ofrecen 4.000 euros de comisión". El encargo, según la versión de Fátima, se lo había hecho un miembro de la secta con el que Salam todavía guardaba alguna relación desde la época en la que perteneció al grupo. Le dijeron que ellos no querían pasarlo porque podían estar fichados por la policía.
"Me sorprendió que le llamaran a él. Le dije que no fuera, que se la iban a jugar, que era una trampa. Yo los conocía muy bien. Se quedó pensando y me respondió que no me preocupara, que había pensado llevarse a su amigo Rachid para que le acompañara, pero que no iría. Que a las once de la noche volvería a cenar conmigo. Se subió al coche y se fue. Nunca me imaginé que no volvería a verle más", se lamenta Fátima.
La investigación policial en los dos países ha acreditado que Salam y su amigo Rachid, un chico de 21 años en paro, bajaron sobre las ocho de la tarde del día 8 desde La Cañada hasta un aparcamiento próximo a la frontera. Allí dejaron el vehículo y pasaron andando a Marruecos. Un coche los recogió y llevó al barrio de Farhana, donde fueron torturados hasta morir en una vivienda que todavía no se ha localizado. Una semana más tarde aparecieron sus cuerpos semidesnudos en un bosque cercano a la frontera española, junto a la carretera que une Mariquari y Yassine. Los dos jóvenes estaban atados de pies y manos. Los gendarmes marroquíes encontraron a 16 kilómetros la camisa y el chándal de Salam. "Habían cavado una fosa para enterrarlos y no les dio tiempo. Los montaron en un coche y los tiraron como a perros en un bosque", relata Abdesalam, de 48 años, el padre de Salam, un pintor melillense en paro.
Las autoridades marroquíes trasladaron los cadáveres al hospital Hassani de Nador, donde por orden judicial se les hizo una autopsia. Un primo de Salam lo reconoció por un pendiente que llevaba en la oreja. Su rostro estaba totalmente desfigurado por el fuego. "No sabemos si lo hicieron con un producto químico o con fuego. A mi hijo le quemaron también sus partes. Han tenido que sufrir muchísimo", dice Abdesalam mientras exhibe el último informe forense. Las familias de Salam y Rachid pidieron una segunda autopsia privada en Marruecos. Los cuerpos sin embalsamar atravesaron la frontera en dos cajas y en mal estado de conservación, según advierte la tercera autopsia del Instituto de Medicina Legal de Melilla. El informe describe su avanzado estado de putrefacción y afirma que los recibieron envueltos en sábanas y un plástico azul precintado. Los médicos establecen su muerte entre los días 8 o 9 de julio.
Abdelasam reconoce que su hijo le confesó que iba a cruzar la frontera de Marruecos para pasar dinero, y asegura que le advirtió del riesgo. "Ten cuidado. No pases en tu coche, no te vayan a meter droga y tengas un lío", le dije. "Necesitaba dinero para irse a Barcelona con su novia y le pusieron el anzuelo. Todo el mundo en el barrio sabía que era un chaval bueno y algo tímido. Un chico que jamás se metió en ningún problema. Su sueño era entrar en algún cuerpo policial, pero dejó el Ejército porque un capitán problemático le volvió loco. Yo intentaba meterlo en las obras donde trabajé, pero como no salía nada, lo manteníamos entre todos".
"No tenía un duro. Le prestaba dinero para echar gasolina. La gente que está en la droga maneja dinero, y él jamás", asegura su amigo Samir, de 23 años, militar. Rachid, de 33 años, camarero, destaca que su primo Salam no se movía en el mundo delincuencial. "Le di dinero para el carnet de conducir. Iba de casa en casa para comerse un bocadillo".
El padre de Salam y otros familiares apuntan también a los takfiris de Farhana y La Cañada como responsables de la muerte de su hijo. "Estuvo con ellos durante un tiempo. Le comieron el coco. No comía con nosotros, no nos hablaba. No veía la televisión ni escuchaba la radio. Todo era pecado. Sólo podía comer animales sacrificados por ellos. Tuve que mandarle a Barcelona para alejarle de aquella gente. Este grupo apoya las masacres, las fomenta y luego rezan como si nada. Para mí eso es incompatible. Se supone que la religión es contraria al terrorismo. Pero para ellos es diferente. Si no piensas como yo, te quito de en medio, ése es su lema. Quizá mi hijo sabía algo de ellos".
La familia de Rachid Chaib, el chico que acompañaba a Salam, piensa igual. Rachid había trabajado durante dos años en un restaurante en Alemania y acababa de regresar a Melilla. Su casa está a cinco minutos de la de Salam, y las mujeres se afanan en buscar una foto del muchacho para el periodista. Su hermano Mohamed, de 30 años, empleado en una zapatería de Melilla, lo resume así: "Los mandaron a Farhana para caer en una trampa. Los mataron el mismo día que fueron. Una muerte así sólo obedece a una venganza. Todos sabemos quién ha sido". Chaib, su padre, de 78 años, jubilado y ex militar en el Regimiento de Regulares número 2, asiente con leves movimientos de cabeza. "Le aseguro que eran buenos chicos", dice en voz baja.
En el centro de la ciudad, a 10 minutos en coche de La Cañada, el Servicio de Información de la Guardia Civil de Melilla investiga la desaparición de los dos jóvenes. No pueden indagar en los asesinatos porque fueron cometidos en Marruecos, pero por orden judicial han tomado declaración a familiares, amigos y vecinos del barrio musulmán. Fuentes próximas a la investigación aseguran que las líneas de trabajo se centran en el grupo islamista y en el terreno delincuencial. "Ambas están abiertas, incluyendo la sentimental", matizan. Algunos testimonios apuntan a que uno de los takfiris estaba enamorado de Fátima, la novia de Salam.
En Nador (Marruecos), Wariachi, sustituto del fiscal del rey, dirige la investigación de los asesinatos e intenta acumular pruebas. Hace varios días confesó a representantes del cónsul español Fernando Sánchez que no hay testigos. "Les faltan pruebas concretas para detener a alguien. Sólo hay sospechas", dicen en el consulado, frente al que se han manifestado los familiares de las víctimas.
Fátima está en tratamiento psiquiátrico, trabaja en un Burger King, cobra 745 euros al mes, y dedica todas sus energías a pedir justicia y denunciar a los que considera responsables de la muerte de su novio. "Han dicho a la Guardia Civil que conocen a Salam de vista, pero se lo habían llevado a rezar al monte varias veces, una vez, a Málaga, y otra, a Marruecos. Hacían acampadas que duraban varios días como si se retiraran al mundo rural. ¿Cómo pueden asegurar que no lo conocen? Cuando nos enteramos de que estaban muertos, hablé con uno de ellos y le dije: 'Sé que lo habéis mandado vosotros'. Se quedó impactado, empezó a sudar y me respondió: 'Si tú me hundes, yo te hundiré a ti. Me tiraré 30 años en la cárcel, pero me encargaré de que te quiten de en medio. ¿Por qué lloras por ese traidor? Te han hecho un favor".
Los takfiris de La Cañada no tienen trabajo conocido. "Roban y trafican con drogas", acusa Abdesalam. En los últimos años, varias casas de La Cañada han sido saqueadas. Cuando sus dueños regresaron, encontraron el televisor dentro de la bañera repleta de agua. "Todos pensamos que eran ellos. Predican que se puede robar a los no creyentes. ¿Qué clase de islam es ése?", se pregunta Rachid.
- La secta de los asesinos de Anuar el Sadat y del 11-S
El movimiento takfir fue inspirado por Shukri Mustafá, un ingeniero agrícola que propagó un anatema contra los musulmanes "renegados" que no comulgaban con sus ideas radicales sobre el islam. En 1978 fue ejecutado bajo la acusación de instigar el asesinato de Mohamed al Dhahabi, ministro egipcio de Asuntos Religiosos. La muerte del fundador de este movimiento provocó el victimismo de sus seguidores, entonces más de 5.000 personas, que salieron de sus ciudades y se refugiaron en los montes. Allí renegaban de la modernidad e intentaban regresar a la vida rural. Los asesinos de Anuar el Sadat, presidente egipcio muerto en 1981, eran takfiris. Este y otros ataques propagaron sus ideas por Europa y el norte de África. En los años noventa, el Grupo Islámico Armado (GIA), un movimiento argelino, les dio su apoyo. El Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, sucesor del GIA y hoy reconvertido en Al Qaeda en el Magreb, los acoge en su seno. Meses antes del 11-S los takfiris criticaron a Osama Bin Laden por apoyar a los talibanes que reclamaban el reconocimiento de la ONU. Para los takfiris, la ONU es un organismo enemigo. El jefe de Al Qaeda pidió ayuda a Omar Mahmud Othman, Abu Qutada, un clérigo palestino residente en Londres, el principal referente de los salafistas en Europa, y éste escribió una fetua en su apoyo. El principal vivero de los takfiris en Europa está en la delincuencia, según expertos de los servicios secretos franceses. La delincuencia está permitida en el restringido club takfir si es para la yihad.
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